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LAS HOGUERAS DE SAN JUAN EN EL SITIO DE CIUDAD RODRIGO

Viendo que este año y tras mucho tiempo sin celebrarse, Ciudad Rodrigo recuperará la tradicional Hoguera de San Juan, festividad que los mirobrigenses celebraban con gran entusiasmo, me he decidido a escribir sobre esta antigua festividad mirobrigense.

Preparación de la hoguera San Juan en Salamanca
Gracias a algunas noticias en prensa mirobrigense, como una publicada en el semanario AC del 11 de Junio de 1914, sabemos que era tradición en Ciudad Rodrigo, que durante la fiesta del Corpus, la cual se celebraba con gran suntuosidad, y en la que las tropas de la guarnición se formaban en la procesión, los balcones de las casas lucían lujosos pendones y colgaduras, muchas de las calles de la ciudad eran alfombradas con tomillo y pétalos de rosa y adornadas con ramos de álamo, los cuales eran recogidos por los muchachos tras la procesión, eran recogidos por los muchachos y puestos en las fachadas de sus casas, la cuales vigilaban atentamente durante esos días para que no les fuesen sustraídos por otros chiquillos y así poder quemarlos en las grandes hogueras que se efectuaban en la víspera de San Juan, no sin que antes hubiesen "precedido las tradicionales merecidas, que dentro de los chozos formados con los mismo ramos, son consumidos por los pequeños de cada barrio con gran apetito, contento y algaraza"

La costumbre era que se echasen a la hoguera, además de los mencionados ramos de álamo, muebles y enseres viejos que ya no servían, siendo sus llamas símbolo de purificación, y aquellos mirobrigenses que la saltasen tres veces, serían purificados y sus problemas consumidos por las llamas en la mágica noche de San Juan. Mientras los hombres competían con sus saltos, se entonaban cantos alrededor de la hoguera, en un animado ambiente festivo. 

Resulta curiosa la tradición mirobrigense de echar una alcachofa verde en la hoguera de San Juan, trayendo la felicidad a quien la encontrase florecida. Esta antigua tradición viene por ser la alcachofa el símbolo de la regeneración y de la resurrección, es por ello que en Ciudad Rodrigo, se acostumbraba a lanzar una a la hoguera de San Juan, esperando que volviese a reverdecer y dando felicidad a quien la encontrase. 

Rescato del Semanario Miróbriga de 1 de Junio de 1934, el artículo titulado "Las Hogueras de San Juan en el Sitio de Ciudad Rodrigo", el cual transcribo íntegro.

Titular Semanario Miróbriga 1 de Junio de 1934

"1810. Las tropas del mariscal Ney van sitiando la plaza y el cerco se va estrechando en la forma, que parece un cinturón de balas que un día tras otro lleva la muerte de continuo al campo sitiador y la destrucción y ruina a la ciudad de la torre enhiesta y gloriosa del siglo XII. Es como un borbotón de fuego que quisiera acabar con todo para dar la sensación de la destreza de los sitiados y del poderío abrumador de las fuerzas invasoras. La maldad se ha enseñoreado del espíritu que anima a los asaltantes, que confían en acabar de una vez con los que dentro creen poder conseguir la rotura del cerco atosigante y mortífero.

Y llegan a romperlo. El guerrillero Julián Sánchez, que llegó a asaltar las líneas sitiadoras para acudir con sus lanceros en socorro de las fuerzas de Pérez de Herrasti, se decide a la salida, vista la inutilidad del esfuerzo que se realiza, invita a las tropas a la marcha, pero el general gobernador no ha llegado a comprender el alcance de la aventura a que quiere lanzarle el guerrillero y rehúsa. Ante todo, para el general, está la defensa de la enhiesta torre, que recuerda las proezas arquitectónicas del tiempo pretérito, y allí queda con 6.000 hombres, mermados por la muerte que ha predominado durante el asedio. Prefiere el caudillo morir también, que no en balde lleva sobre el pecho una venera que habla del heroísmo de las cruzadas en defensa de la tierra sacrosanta de Jerusalén.

El día 22 de junio, el guerrillero, con sus lanceros, se apresta a la salida, y la consigue. Con la furia denodada de unos leones, los que acudieron en socorro del sitiado, salen. Lo imprevisto acogota a las tropas del mariscal francés, y Julián Sánchez, el de la intrepidez y la arrogancia, que mil veces puso en desbandada a las fuerzas invasoras, llega adonde se había propuesto; rompe el cinturón de las fuerzas invasoras y, poco después se ha único a la división de D. Martín de la Carrera, habiendo dejado en las filas francesas una estela de muertos y moribundos.
Grabado Guerra de la Independencia

Aquella salida audaz e inesperada ha colmado la furia del mariscal Ney. Sueña con la destrucción de todo; tal es su indignación contra aquel puñado de héroes, que resiste temerariamente su empuje avasallador y que no teme a la fuerza numérica de sus soldados, ni a los efectos mortíferos de sus bombas y balas de cañón. No son bastantes a convencerle los consejos de su Estado Mayor, que cree peligroso el ataque cuando el sitiado cuenta con la fuerza moral del heroísmo y con la enseñanza saludable del día anterior, cuando logró burlarle Julián Sánchez. Engreído con su poderío, ignora cuanta es la fortaleza de un corazón hispano puesto a la defensa del suelo de la nación, e inicia el ataque en la hora de la encrucijada del véspero, como queriendo hacer cómplice de su furia a las oscuridades de la noche.

En la víspera de San Juan, la plaza sitiada hace alarde de su alegría; pero no descuida los movimientos del sitiado. El ataque va contra el convento de Santa Cruz, y allí se ha refugiado un puñado de héroes para demostrar la tenacidad y el brío de los que saben morir matando. Lucha violenta, tenaz la muerte se enseñorea por doquier y los defensores han acudido al festejo peculiar de las hogueras para, al amparo de ellas, ir encontrando el blanco apropiado para sus disparos certeros. La ciudad arde en fuego de hogaraza y en las cercanías del convento se aúnan el resplandor de los tiros y las hogueras, sobre las que triscan como arrapiezos los soldados que aprestan a morir.

Es noche de algazara y de muerte: de los labios españoles salen de continuo coplas de alegre despreocupación y de los franceses, una blasfemia por cada cuerpo que cae a tierra. Creyeron que la fuerza abrumadora del número y la fama de Ney serían bastantes para evitar la resistencia del español, porque ignoran que el veterano Pérez de Herrasti lleva en el pecho un corazón templado en el heroísmo, y si grande y heroico es el corazón del general, el de sus hombres no le van en desventaja. Los sitiadores incendian y destrozan; pero allí hay unos valientes que saben mucho de sufrimientos y privaciones, para entregarse en una noche tan española como la de la víspera de San Juan. Las hogueras se suceden y de la inmensa que forma el convento en llamas salen las balas defensoras a darle una lección de resistencia a las tropas asaltantes.

Las hogueras gloriosas de San Juan viven la alegría humeante de la noche típica, los invasores creyeron ver en ellas el festejo por la ocupación sin pensar que, al cobijo de aquella fogata, caen hombres, se desmontan cañones y se hace, a la vez que la oposición al asalto, el mayor estorbo al propósito de Napoleón, el vencedor del mundo, de tener expedito el campo hacia Portugal.

En la noche de San Juan reverdece la gesta del alma de Castilla. El general sitiado, de temple forjado, junto a las arenas del Genil y del Darro, ha dado a los hombres la fortaleza de espíritu en paz de ofrecer el pecho al sitiador antes que entregarse en un día de tradición nacional, cuando las almas expanden su alegría y los pueblerinos saltan sobre las hogueras y esperan que de la parva de fuego salga floreando el verde alcaucil allí echado, pensando en que produzca la felicidad del que logra encontrarlo.

El campo, sembrado de cadáveres de soldados asaltantes, y muchos heridos abandonados después del baldío ataque contemplan la noche española en que las balas heroicas de los defensores del convento parecen ser complemento de la algazara y de la alegría demostrada por los que, viéndose agotados por la fuerza numérica del invasor, ríen en la hora fatídica de la muerte, pensando que genera una nueva epopeya nacional. Y el veterano general, adiestrado por la lucha y sereno ante el peligro, ríe también en la madrugada del día del Bautista, que añade una palma más de laurel a su ejecutoria de caballero cruzado y de militar valiente y pundonoroso…
Aún hay otra noche de San juan, con sus fogatas típicas, en relación con Ciudad Rodrigo. 1812. La plaza ha sido recuperada por los Ejércitos acaudillados por el duque de Wellington, al que sirviera de guía aquel guerrillero Julián Sánchez, que rompiera el cerco de los sitiadores del año 1810. Vario meses de asedio. Gran tenacidad en los atacantes. La plaza cae por fin en manos del mariscal inglés para dar motivo al ducado que España concediera al heroico colaborador de la epopeya anti-napoleónica.

No es esta noche de San juan trágica y de muerte como aquella otra en que las tropas de Herrasti supieron morir mientras triscaban en derredor de las hogueras. Han pasado varios meses de la fecha en que la plaza fue recuperada y el general Barrié, se ha convertido de gobernador de la ciudad en prisionero de Wellington. En calles y plazas, en la Puerta del Conde, en las cercanías de los conventos de Santa Cruz y San Francisco y cabe los muros de la Catedral, como en los altos del cerco amurallado. Las hogueras de la típica noche lucen su alegría despreocupada y simpática. No hay el temor del asalto ni la preocupación de la reconquista, hay sólo un deseo de divertimento que se manifiesta en el triscar sobre las hogueras en las que rivalizan con los hombres del pueblo los soldados ingleses y españoles. Los ingleses no conocen la tradición de la noche española, pero el vinillo salmantino ha llevado a sus almas un aliento de optimismo, y riendo con su seriedad peculiar, también han arrojado sobre la parva el alcaucil verdoso que si sale del fuego florecido habrá de producir  la felicidad del que lo encuentra, privilegio de leyenda en la típica y española noche de San Juan. De “ABC” Luis Benavente.

El origen de la celebración de San Juan, sea probablemente uno de los más antiguos, ya que su celebración se remonta a mucho antes de la implantación del cristianismo. Inicialmente fue una fiesta pagana en la que se celebraba la llegada del solsticio de verano, siendo esta noche la más corta del año, y siendo un culto al sol. Posteriormente la iglesia hizo coincidir esta festividad con el nacimiento de San Juan Bautista, y dotándose a partir de entonces de simbología religiosa. 

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