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Una actividad desaparecida: Pozos de Nieve

En la actualidad no nos imaginamos la vida sin muchas de las comodidades de las que disfrutamos, pero no siempre ha sido así. Lo que en la actualidad solo conlleva dar unos pasos hasta la cocina y abrir el frigorífico, antaño suponía un proceso agotador.  

A partir del siglo XVI comenzó a extenderse por muchas ciudades españolas el uso de la nieve, en un principio debido a la necesidad de conservar alimentos, especialmente el pescado de los viernes, y para usos terapéuticos como cortar hemorragias, bajar inflamaciones, para suavizar dolores y especialmente en casos de peste. A principios del siglo XVI apenas existía la costumbre de consumir bebidas frías. Sin embargo, durante el Renacimiento se puso de moda consumir bebidas refrigeradas artificialmente y comenzó a crecer su consumo. De esta forma, disponer de nieve durante los meses calurosos para conservar alimentos y refrescar bebidas, pasó de ser una simple moda de las clases pudientes a una necesidad, lo que provocó que alrededor de la nieve, se generase toda una industria que perduró hasta principios del siglo XX. 

En distintas ciudades, fincas y conventos salmantinos se construyeron pozos de nieve que abastecían no solo a la población en la que se ubicaban, sino también a otros lugares cercanos. Salamanca, Ledesma, Béjar, Alba de Tormes,  Cantalapiedra, Sierra de Francia o Ciudad Rodrigo, entre otros, contaron con sus propios pozos de nieve, donde durante el invierno se almacenaba el producto.

Para ello, los llamados boleros recogían el carámbano de las charcas y la nieve de las nevadas y  hacían grandes y apretadas bolas que traspasaban con una estaca de roble y dejaban a la intemperie para que después de varias heladas se endureciesen. Una vez solidificadas se las cargaban a la espalda con la ayuda del palo y así bajaban hasta el camino, donde le esperaban las acémilas. Allí introducían la nieve en serones de esparto o en cántaros de barro protegidos por helechos, de esta forma la aislaban del calor evitaban que se convirtiese en agua de forma rápida. Así la transportaban hasta el respectivo pozo de nieve. 

Lo primero era aislar las paredes del pozo con paja para después ir alternando una capa de nieve con una de paja hasta llenar el pozo. Según se introducía la nieve, esta se iba prensando con unos mazos o presionándola con los pies, previamente cubiertos con sacos. El motivo de su prensa era tanto para lograr meter más cantidad, como para que esta se solidificase y convirtiese en hielo. 


Una vez lleno el pozo, se cubría con una capa de paja y finalmente con tablas que lo aislaban del clima exterior. De esta forma, lograban conservar la nieve hasta el verano. Muchos de estos pozos eran propiedad de cofradías de ánimas o conventos y su explotación era subastada a particulares de forma anual. El mejor postor se quedaba con el abasto de la nieve y sería la persona encargada de su venta, estando su precio regulado por el propio concejo. La venta de la nieve se realizaba a peso, desde junio hasta septiembre. Según la documentación de Salamanca del siglo XVI: Cada día, desde las ocho de la mañana hasta las honçes y desde las cinco de la tarde hasta las ocho. 

El abasto de la nieve generaba importantes recursos para la hacienda real, ya que estaba sujeto a una serie de impuestos, entre ellos, el quinto de la nieve, equivalente a la quinta parte de las ventas, o los dos maravedíes por cada libra de nieve que se consumiese en toda Castilla y León. 

En un principio se enfriaban únicamente el agua y el vino, pero durante las primeras décadas del siglo XVI se comenzó a tomar fría la aloja, la bebida estrella del siglo de Oro para aliviar el calor. Estaba compuesta por agua, miel y especias como el jengibre, el clavo, la pimienta blanca y la canela. 

En los últimos años del siglo XVII el consumo de nieve se acentuó, se despachaba en las alojerías, que nunca faltaban en los laterales de los corrales de comedias cuando había función. La aloja era servida en unos recipientes especiales de barro, cobre o cristal que se conocían con el nombre de tazas penadas, estas tenían la boca estrecha para que fuera bebida a sorbos pequeños y así, la bebida fría no perjudicase la salud. Además se añadió a todo tipo de aguas especiadas, de canela, limón, jazmín, en infusiones aromáticas, granizados o leche helada. 

Pozo de las nieves de Salamanca, actualmente visitable

En Ciudad Rodrigo hubo un pozo de nieve junto al desaparecido convento de Santo Domingo [1], en las inmediaciones del cuartel de la guardia civil. En la Peña de Francia, al oeste del templo, existía también un pozo en el que los frailes recogían la nieve que caía en la montaña. Este pozo surtía de nieve a los establecimientos de Ciudad Rodrigo y de la Sierra de Francia.   

En 1796, las ruinas de la desaparecida iglesia de Santa Águeda [2], que se ubicó en el barrio de las Tenerías de Ciudad Rodrigo,  se utilizaron como almacén de madera y paja para la caballería de la plaza y ocasionalmente para guardar el hielo, utilizándolas como sustituto de pozo de nieve para el abasto de la ciudad. 

En el último cuarto del siglo XIX, con la aparición de máquinas productoras de hielo artificial, comenzó el declive del uso de pozos de nieve que fueron quedando abandonados. Aún se conserva gran parte de un pozo de nieve, de planta octogonal, en el pico del Jálama, término municipal de El Payo. Hoy en día los  escasos pozos de nieve que aún se conservan se están rescatando del olvido para ser convertidos en un atractivo turístico, como es el caso del Pozo de las Nieves de Salamanca. 


[1] En el acta del 29 de febrero de 1648 se refleja "una puerta que el convento de Santo Domingo tiene para  hacia el pozo de la nieve"
[2] Durante la guerra de Sucesión española esta iglesia fue convertida en caballeriza de la gran guardia, quedando en estado ruinoso tan solo un año después. 

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