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El Árbol Gordo, testigo de innumerables capítulos de la historia mirobrigense

Parte de la zona del Campo de Toledo y del Arrabal de San Francisco, conocida como Glorieta del Árbol Gordo, durante el siglo XVIII y hasta el primer tercio del XIX, estaba ocupada por la llamada Alameda Nueva. Una amplia zona verde a la que acudían los mirobrigenses como área de recreo. 

Estaba formada por abundantes álamos y olmos, por ello en ocasiones este lugar era denominado como una olmeda. Esta arboleda fue talada a finales de 1808, cuando comenzaron a sonar en la ciudad los clarines de la guerra contra el ejército napoleónico, ya que quitaba visibilidad de cara a la defensa de la plaza.  Un tiempo después, exactamente el 22 de marzo del año siguiente, se comenzó a talar también la Alameda Vieja, a orillas del ríoLa madera resultante fue utilizada, además de como leña, para el blindaje de la muralla. Con ella se construyeron parapetos, barreras, gaviones, y diversos útiles para la defensa.

De esos olmos talados, nacieron después algunos retoños, uno de ellos, ubicado junto a una bonita y antigua fuente de piedra [1], fue creciendo poco a poco de forma espectacular hasta convertirse en nuestro ya desaparecido Árbol Gordo. Fuerte y robusto vio pasar gran parte del siglo XIX y todo el XX, siendo partícipe de muchas de las tradiciones mirobrigenses que hoy, al igual que él, han desaparecido.

Conocido en sus primeros años como el Árbol Grande, en los años 80 del siglo XIX, se construyó  en sus cercanías un bonito jardín de estilo asiático, con elefantes decorativos, llamado La Florida. Contaba con un pequeño estanque para patos y en el centro del jardín, una bonita fuente de hierro fundido con carpas y gambusias. En 1910, se inauguraron las escuelas de San Francisco, llamadas de los niños y, algunos años más tarde, se creó otro jardín llamado La Glorieta de Alfonso XIII. La Florida, fue usado por los mirobrigenses como jardín de verano, gracias a las sombras que aportaban sus frondosos árboles y La Glorieta, como jardín de invierno. 

Por la zona se continuó construyendo, se creó el paseo del arbolado de los Tilos, la escuela de artes y oficios, un ambulatorio, convirtiéndose en un lugar neurálgico de la ciudad. Según se edificaba a su alrededor, nuestro Árbol Gordo se fue quedando en el interior de una glorieta que servía de nexo de unión entre el arrabal y la ciudad. Este enorme árbol se convirtió durante casi 200 años en una especie de mayordomo de la ciudad, dando la bienvenida a todos los forasteros que accedían por la Puerta del Conde y siendo testigo mudo de muchos capítulos de la historia mirobrigense. 


Cuantas veces fue testigo de la tradicional pedrea de San Sebastián entre chupines y arrabaleños, así se distinguían de forma tradicional a quienes vivían en el centro histórico de quienes lo hacían en el arrabal. Tanto el día de la subida del santo, sin importar que fuese un día laborable escolar, como el de la bajada a San Cristóbal el mismo día del patrón, ambas huestes se tiraban piedras desde la muralla de la Puerta del Conde, ¡Hay que ver como manejaban la honda los dos bandos!

Parece ser que esta tradición tenía sus reminiscencias en el asalto a la ciudad por las tropas napoleónicas en 1810 y la posterior recuperación de la misma por el ejército aliado dos años después. El 20 de enero de 1810, cuando las tropas de Napoleón sitiaban Ciudad Rodrigo, San Sebastián fue sacado en procesión para ser trasladado a la catedral y celebrar la fiesta y de paso pedirle socorro para que cesaran los desmanes que cometían los enemigos. Lord Wellington salió al encuentro del santo, cuando este pasaba por el lugar donde se ubicó el Árbol Gordo, haciéndole entrega de su sombrero, su espada y el bastón de mando, otorgando al patrón de Ciudad Rodrigo honores de capitán general, lo que causó gran satisfacción entre los mirobrigenses [2]

Se cree que desde entonces comenzó a celebrar la pedrea de San Sebastián. Sin embargo, debido a los numerosos descalabros sufridos, tanto entre los muchachos como entre los valientes que osaban a pasar por esa zona,  en el año 1902 se prohibió a los niños utilizar tirabeques. 

Gracias a una noticia publicada en el semanario El Pueblo podemos saber que ya en 1906 solo se tiran bolitas de anís desde la muralla en la Puerta del Conde.  Sin embargo, la famosa rivalidad infantil entre los chicos de ambas zonas, ha perdurado hasta no hace muchos años. Aún hay quien recuerda como los furibundos ejércitos de muchachos aún se cantaban: 

Los del Arrabal, mataron un conejo.
Los de la Ciudad, se comieron los piejos. 

A los que los de la Ciudad respondían: 

Los de la Ciudad, mataron una vaca. 
Los del Arrabal, se comieron las cacas.

Por suerte, nada queda ya de esa bárbara tradición de las pedreas y en la actualidad, tanto chupines como arrabaleños, concurren en son de paz a la fiesta del patrón. 

Otra de las tradiciones desaparecidas de las que fue testigo mudo el Árbol Gordo, era la de la cuelga de alimañas. Antiguamente, durante los meses de invierno, a modo de escarnio, de sus ramas se colgaban las alimañas que habían sido cazadas en las tierras de Ciudad Rodrigo. Particularmente, se colgaban zorros, lobos y algún que otro lince. De esta forma, quienes los cazaban se sacaban unas perrillas, ya que los ganaderos y labradores les echaban donativos en agradecimiento, pues dichas especies eran consideradas dañinas para su ganado. Para los niños de aquella época, era impresionante ver colgados de las ramas a esos legendarios animales, algunos ya extintos, con los que tantas veces les habían metido miedo. 

En los meses de primavera, se llevaba a cabo una lobada. A Ciudad Rodrigo acudían los loberos de las Hurdes y del Rebollar. Consigo traían las camadas de lobeznos que habían sido cazados en sus madrigueras en algún descuido de la madre, y se paseaban con ellos muertos en un cesto, recibiendo sustanciosas limosnas de los ganaderos, para quienes eliminar a un lobo, suponía un enemigo menos para su ganado.

En la zona del Árbol gordo tampoco podían faltar los ciegos que acudían a cantar sus romances y venderlos, a perra gorda y perra chica, en los llamados pliegos de cordel.  Bajo la sombra del gran olmo, algunos menesterosos escuchaban absortos los horrorosos sucesos cantados por los invidentes, generalmente acompañados por la música de un violín o de un rabel. Fue muy popular una mujer invidente que, acompañada por su perro lazarillo, acudió a este lugar durante muchos años. Mientras tocaba el violín narraba algunos de los esperpénticos crímenes ocurridos a ambos lados de la frontera. 

Era tradición el día de San Pedro, que acudiesen al Árbol Gordo los jornaleros y segadores, especialmente extremeños, portugueses y gallegos, en busca de trabajo. Pues cada 29 de junio en este lugar, de forma oral y sin contrato escrito alguno, se acordaban los pactos y condiciones de trabajo para las cuadrillas durante toda la próxima temporada. Es decir, de San Pedro a San Pedro.

A finales de noviembre de 1922 comienzan a erigirse junto al Árbol Gordo las Tres Columnas, que habían permanecido olvidadas y relegadas en un rincón desde 1903, año en que fueron desmontadas y retiradas de la Plaza Mayor, para la construcción del ala derecha del ayuntamiento. En esta ubicación permanecieron medio siglo, hasta que en 1972 fueron nuevamente trasladadas, esta vez hasta el lugar donde se encuentran en la actualidad. 

En definitiva, durante muchos años el Árbol Gordo se convirtió en un símbolo importante de la ciudad, punto de encuentro y de partida de sus habitantes. Sin embargo, debido a la enfermedad de la grafiosis y tras varios años ya sin vida, tuvo que ser retirado el 20 de noviembre de 2014 por motivos de seguridad, ya que en cualquier momento podría venirse abajo. Con el propósito de que los mirobrigenses pudieran seguir quedando en el Árbol Gordo, la rotonda en la que se ubicó pasó a llamarse Glorieta del Árbol Gordo. 

A pesar de su desaparición el mítico árbol dejó descendencia, pues un mirobrigense llamado Antonio García Huebra, creó varios bonsáis con esquejes del tan querido árbol mirobrigense. Parece ser que una de las hijas de este hombre, sembró en Bañobárez uno de estos bonsáis y a día de hoy, es un árbol de unos cuatro metros.

[1] Nota del A. Esta centenaria fuente durante años fue conocida como La Encañería del Árbol Gordo. 
[2] "La vida en Ciudad Rodrigo": El Adelanto, Núm. 10939, 24 de enero de 1920, pág. 2. 

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