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Impresiones sobre Ciudad Rodrigo y alrededores de un viajero de 1832

 Hace poco se publicó en este Blog un artículo que recogía las Impresiones sobre Ciudad Rodrigo de un viajero de 1843. Viendo la buena acogida del artículo hoy me he decido a plasmar las impresiones de otro viajero, también inglés, a su paso por la ciudad 11 años antes, en 1832, Richard Ford.

El siglo XIX se caracterizó por la profusión de libros de viajes siendo España uno de los países más visitados por los viajeros románticos a quienes, además de describir las rutas y los paisajes, les gustaba incluir la historia del lugar. En las referencias a dicha historia no podían faltar mencionas al reciente conflicto bélico de la guerra de la Independencia. 

Si bien es cierto que las memorias de estos viajeros son una fuente de indudable valor en la investigación histórica, no lo es menos que han de verse con todas las precauciones posibles, pues se trata de documentos que fueron redactados con una gran carga de subjetividad, como podremos observar en este caso, sobre todo cuando hace referencia a los capítulos de la guerra de la Independencia en los que resalta las hazañas de su compatriota Wellington y el ejército inglés, mientras denosta las francesas y españolas. 

Retrato de Richard Ford
Richard Ford, fue hijo primogénito del creador de la policía montada de Londres, también llamado Richard, y de lady Ford, una artista aficionada de la que heredaría su pasión por el arte y la destreza en la creación de bocetos y acuarelas. A pesar de haber estudiado derecho, nunca ejerció como abogado sino que se dejó llevar por su pasión de conocer nuevos lugares. 

Tras realizar varios viajes por Europa entre los años 1815 y 1822, en 1830 zarpó hacia Andalucía junto a sus esposa, Harriet Capel, hija natural del V conde de Essex. El matrimonio tenía la esperanza de que el delicado estado de salud de ella mejorase gracias al cálido clima del sur de España. Durante los tres años siguientes realizaron numerosas excursiones por toda Andalucía, llevando a cabo tres expediciones más extensas. Fue precisamente en la tercera de ellas, en la que incluyó a Ciudad Rodrigo como uno de sus destinos.

Como buen inglés, siempre que podía visitaba los escenarios de las batallas de la guerra de la Independencia, librada apenas 20 años antes y cuya memoria aún permanecía latente en la memoria de muchos de sus compatriotas. Richard Ford llegó a amar España, de la que llegó a afirmar que oscilaba entre la civilización y la barbarie. Durante su estancia en los diversos lugares tomaba notas de todo lo que escuchaba y en sus cuadernos plasmaba las descripciones de los monumentos que llamaban su atención. Fue a partir de estas notas de las que se publicó en 1845 A Hand-Book for travellers in Spain. Esta especie de guía de viaje causó sensación en Inglaterra, acaparando la atención de los viajeros cultos ingleses. Sin embargo, temeroso, de herir la sensibilidad de españoles y franceses, destruyó posteriormente casi toda esa primera edición. 

Este artículo se centrará únicamente en plasmar gran parte las impresiones de este viajero inglés durante su ruta por estas tierras. Se trataba de una larga expedición que dio inicio el 13 de mayo de 1832. A caballo y en compañía de su mozo de cuadra. Después de haber pasado por numerosos lugares y visitar Alcántara y Garrobillas, se desplazaron a Cañaveral en lancha transbordadora. El 24 de mayo alcanzaron Coria y Plasencia, el 28 Abadía y, posteriormente, Herguijuela de la Sierra, convento de las Batuecas y la Alberca, haciendo noche en Ciudad Rodrigo los últimos días del mes.

Sobre la ruta afirma: Esta tortuosa ruta por Ciudad Rodrigo está muy llena de interés, en especial para el amante de la pesca y del paisaje de montaña; además está tachonada de antigüedades romanas, especialmente por las Batuecas y Ciudad Rodrigo. Aún cuando esta comarca es raras veces visitada por extranjeros o indígenas, recomiendo intensamente a los futuros viajeros que hagan esta desviación; pero cuídese mucho de las provisiones, y téngase en cuenta que el hospedaje es muy alpestre. 

Valle de las Batuecas y monasterio


Las leguas que dista la Alberca son muchas y el viaje por terreno difícil: contraté un guía local. [...] El camino continua durante hora y media, subiendo y bajando colinas purpúreas y como escocesas, cubiertas de brezo y arbustos aromáticos. La zona situada en la orilla derecha del Alagón se llama la Hoya o Tierra de las Jurdes, nombre este que se deriva, según algunos, de gurdus, vieja palabra española que, de creer a Séneca, que era español, significa "estúpido como un bodoque"; pero de ser cierta esta etimología, hay muchos otros lugares que merecerían tal nombre en la parte central de España. Los arroyos que desembocan en el Alagón tienen abundancia de buenas truchas.

El silvestre camino tuerce enseguida a la derecha y sube con el cauce del río Batuecas hasta entrar por una garganta muy alpestre; no se tarda en divisar el monasterio, que se alza a la izquierda, anidando en una oquedad muy resguardada, con su blanco campanario que asoma entre los pinos, castaños y los cipreses. Este convento, con sus jardines y sus ermitas, ya no es lo que era otrora, antes de las recientes reformas: un refugio de viajeros, una luminaria de la religión y la civilización en esta horrible comarca. 

Monasterio 1925/Foto: Kurt Hielscher

Del valle y de la totalidad de Las Jurdes se decía, incluso entre la gente culta de Salamanca, e incluso estando esta solo a 14 millas de distancia, que era un lugar visitado por demonios y habitado por paganos. En 1599, García Galarza, obispo de Coria, al otorgar la licencia para construir un convento, expresó su alegría porque así "los carmelitas descalzos podrían expulsar de allí al demonio". Buena parte de todas estas memeces sobre las Batuecas fue creído a pies juntillas por monsieur Montesquieu, convertido en novela por madame Genlis, en vista de lo cual, los españoles, a quienes no hace ninguna gracia, más bien lo contrario, ser considerados distintos de los demás europeos, se mostraban ofendidísimos, y publicaron serias refutaciones. Estos errores populares han sido debidamente aclarados por el Padre Feijoo. 

Fuera o no cuestión de expulsar de allí a su satánica majestad, o lo que fuese, el caso es que los carmelitas acabaron por civilizar el valle. [...] A este valle de Rasselas, muy alejado de todo cuanto pueda guardarla menos relación con el mundo, se enviaba de vez en cuando a prisioneros de estado para que cayeran en el mayor de los olvidos: y cierto que este rincón encajonado entre montañas es solitario en extremo. [...]

El valle está ceñido por montes, de los que la Peña de Francia es la más alta y silvestre; en esta "altura" se ve un santuario o capilla dedicada a la Virgen, que es visitada por miles de personas el día 8 de septiembre. Ahora ya casi no valdrá la pena descender hasta el desolado convento, pues la hospedería está cerrada y el fuego de su cocina apagado. Continúese, por consiguiente, por la empinada vía a la derecha, un buen trecho a caballo por el Reventón, hacia La Alberca, que está a una legua de distancia y es una aldehuela sucia, oscura, con casas que parecen prisiones, construidas parcialmente de granito y madera y enyesado; y a partir de aquí se nos abre una comarca sin apenas aliciente, con las meseteras planicies de la España central extendiéndose ante nosotros a la derecha, y así nos adentramos en la provincia de Salamanca, una de las seis en que fue dividido el antiguo reino de León. 

La Alberca 1925 / Foto: Ruth M. Anderson

A pesar de su gran importancia, al estar situado fuera de las rutas más usadas por los viajeros, el reino de León no es tan visitado como merece. [...] Las principales ciudades, Salamanca, Valladolid y León, están llenas de interés arquitectónico y artístico, mientras para el historiador los archivos de España están enterrados en Simancas. Los meses de verano son los mejores para viajar por los montes, y la primavera y el otoño para las llanuras. 

Tras hablar de la pobreza de la llamada "tierra de campos", entre Zamora, León y Valladolid, de la que afirma:  apenas hay tierra en que la gente sea tan frugal y miserable como aquí; viven en chozas de barro hechas de ladrillos sin cocer o adobes, y el país compite con La Mancha en incomodidad. Prosigue: cerca de Salamanca, sin embargo, las cosas mejoran, y muchos de los labradores son acomodados y viven en granjas aisladas, montaracías, donde se cultiva mucho trigo, que se exporta a Andalucía. Crían también ganado a gran escala, y se las arreglan para guardarlo con la honda primitiva, como cerca de San Roque. Los conocedores, o vaqueros, tienen en vereda a los animales, los agarachan a caballo, de la misma manera que sus descendientes en Sudamérica. Cuando marcan al ganado y en sus fiestas familiares, herraduras y fiestas de familia, así como en sus bodas, abren sus casas, con grandes banquetes, bebida, canciones y el baile de las habas verdes; estos festejos están fielmente descritos en Don Quijote, en "Las bodas de Camacho". Siguen siendo como las "Cinvivia festa Carduarum" de Marcial; y así eran también las trasquiladuras de ovejas de Nabal, que "hacía fiesta en su casa, como la fiesta de un rey". 

Las casas de los humildes leoneses, como sus corazones, están siempre abiertas a los ingleses; no han olvidado la honradez, justicia y buena conducta de nuestros victoriosos soldados, que contrasta con la rapiña, el sacrílego y el derramamiento de sangre del enemigo derrotado (el francés). [...]

Sus casas están bien amuebladas y son limpias, porque aquí, como en otras partes de las comarcas poco visitadas de la Península, la suciedad y la incomodidad se alojan en la posada, cuyas habitaciones son adecuadas para las bestias y los muleros que las usan. Una peculiaridad de sus casas es la altura de las camas; los colchones y almohadas tienen con frecuencia bordados de leones y castillos, y las sábanas, ásperas pero limpias y tejidas en casa, están bordadas con flecos y randas.

El traje campesino cerca de Ciudad Rodrigo y Salamanca es curioso y caro; el traje de los domingos es más caro que el de los pares que asisten a la ceremonia matinal en la capilla de Whitehall, incluido en el gran lord. El charro y charra leoneses son aquí lo que el majo y la maja en Andalucía, por lo menos por lo que se refiere a los atuendos alegres y costosos, gozo de las naciones a medio civilizar; pero estos descendientes de los godos no tienen nada de la sandunga del sureño oriental, y los trajes son completamente distintos uno de otro. 

Charros / Huecograbado de 1925

El charro lleva sombrero bajo y de ala ancha; su camisón está ricamente recamado por delante, con un broche de remate dorado o botón; su chaleco de terciopelo estampado está escotado hasta el estómago, a fin de mostrar la camisa, y guarnecido con botones de plata y cintas entrecruzadas; su cinto es ancho, de cuero y no de seda; sus polainas largas de tela oscura están bordadas por debajo de la rodilla; lleva en los zapatos grandes hebillas de plata; en la mano derecha lleva un bastón y sobre el hombro izquierdo una capa, y con todo esto queda ataviado el rústico dandi.  

La vistosa charra es digna de tal compañero. Lleva en su cabello una carambana y una mantilla de tela cuadrada, el serenero, que se ajusta con un broche de plata, el corchete, y esta capucha está ricamente bordada; su corpiño de terciopelo rojo, jubón, está adornado con canutillo, dispuesto en caprichosos dibujos; sus puños están recamados de oro; su cinto se anuda a la espalda; su manteo suele ser de grana, color que, con el morado, es su favorito y, como el delantal o mandil, está bordado con pájaros, flores y estrellas. Tiene también un pañuelo, rebocillo, recamado en oro; lleva muchas joyas y cadenas adornadas con piedras de colores, que pasan en herencia de madres a hijas. Pero estas bellas prendas no han corrompido a quienes las llevan, cuya honrada sencillez de carácter; la honradez y sencillez de los charros, es proverbial; así, se cuenta que uno de estos, en el teatro, viendo una obra en la que un traidor estaba engañando al rey, le gritó, pensando que la escena era real: "¡Señor, señor, no crea V.M. a ese!". El rústico leonés se disputa con los sanchos de La Mancha la palma del "Juan español" de la Península. 

Ciudad Rodrigo se levanta sobre una ligera eminencia dominando el Águeda, que corre bajo las murallas al oeste, cortado aquí por pequeñas islas. Un puente comunica con el suburbio y conduce a las llanuras de Portugal, que dista apenas unas pocas millas. Este lugar fortificado, aunque "débil en sí", dice el Duque - se refiere a Wellington, duque de Ciudad Rodrigo - "es la posición  mejor escogida entre todas las ciudades fronterizas que he visto en mi vida". De aquí el importante papel que hizo en las retiradas y los sitios de la Guerra de la Independencia: y en ello reside su actual interés, porque, aparte de esto, es aburrida y miserable y, como de costumbre, está muy mal provista de cualquier medio de defensa. [...]

Su población es de unas 5.000 almas. Hay solamente una pobre posada, y como esta ciudad es plaza de armas los extranjeros curiosos son objeto de gran recelo, por sospecharse de ellos que estén preparando planes con vistas a tomar la ciudadela. Todos los que quieran examinar las posiciones y hacer dibujos harán bien en pedir permiso al gobernador, que probablemente se lo negará. 

Poca cosa hay en la ciudad digna de mención. La catedral fue comenzada a construir en 1190 por Fernando II de León: el arquitecto está enterrado en el claustro. El edificio fue ampliado en 1538 por el cardenal Tavera, arzobispo de Toledo, y obispo aquí antes. Cerca de la entrada se conserva una puerta interior de la antigua catedral, con curiosas esculturas y altorrelieves de la Pasión. La notable y rara sillería del coro es obra de Rodrigo Alemán. [...]

En referencia a la capilla de Cerralbo, a la que se refiere como La colegiata clásica, afirma: fue muy bella, pero, habiendo sido convertida en polvorín, fue volada en 1818 por lo que aquí pasa por haber un accidente, pero que, como en Oriente, es resultado frecuente de la falta negligente de precauciones elementales. Los escombros fueron dejados durante muchos años tal y como habían caído, con cuadros del retablo al aire, etc. El ataúd del cardenal fue arrancado de su sarcófago por los franceses para hacer balas con el plomo: desemplomar a los muertos para destruir a los vivos. El cadáver desnudo fue arrojado a una hornacina y después llevado a un desván, donde lo vimos, yacente y con sus vestiduras episcopales en harapos. El capellán, cuando se le indicó esta indecencia, se limitó a encogerse de hombros, a pesar de que era descendiente de aquel prelado y disfrutaba de las rentas de su fundación. Aunque él comía y cenaba debidamente, nunca enterraba a sus muertos, indiferente a las estipulaciones del proverbio nacional: Los vivos a la mesa, los muertos a la huesa. 

La catedral, por estar situada en la parte noroeste de la ciudad y expuesta al tesón, ha sufrido mucho durante los sitios. Las murallas fueron construidas por Fernando II, y la gran torre de la plaza por Enrique II en 1372. El Duque, cuando estuvo aquí, se alojó en la Casa de Castro (palacio de Montarco); obsérvese su portal con columnas en espiral. En Ciudad Rodrigo se ven los trajes del charro y charra con gran perfección en los días de fiesta. 

Ciudad Rodrigo, que por sí misma carece de interés, se ha hecho famosa por los grandes acontecimientos que han tenido lugar en ella y en sus cercanías inmediatas. Los principales son el sitio que le pusieron los franceses, el fracaso de la invasión de Portugal por Massena, su sitio y captura por los ingleses y la retirada del Duque desde Burgos; mientras que en las cercanías está El Bodón, Sabugal, La Guarda, Fuentes de Oñoro y otros lugares donde la superioridad moral y física de nuestro jefe y sus tropas sobre el enemigo quedó claramente de manifiesto a pesar del gran valor de este y de nuestra inferioridad numérica. 

También se encuentra cerca Celorico, Fuenteguinaldo, Freneda y otras aldeas que fueron durante largo tiempo cuartel general del Duque mientras se cernía sobre la frontera de España y preparaba su liberación. En estos lugares, antes oscuros, fueron escritos algunos de sus más notables partes de guerra: allí y entonces, mientras todos y en todas partes desesperaban del éxito, su ojo profético vio en la más deprimente oscuridad los rayos inminentes de su gloria. 

[...] Cuando Ciudad Rodrigo fue atacada por los franceses estaba muy mal abastecida de lo más esencial para la defensa, debido a la habitual falta de previsión y medios del gobierno español; pero su jefe Herrasti, era un oficial bravo y competente. El Duque, aunque deseoso de ayudarle, rehusó arriesgar una acción militar contra un enemigo "el doble de numeroso en infantería y el triple en caballería", como él dijo. Hizo caso omiso de las burlas de españoles y franceses por igual "ante su cautela cobarde y egoísta", porque sabía muy bien que el destino de España no dependía de la caída o salvación de Ciudad Rodrigo, sino más bien que siguiese intacto el pequeño ejército inglés, la clave de todo, y que a la larga acabaría arrojando a las incontables legiones del enemigo de cabeza por los Pirineos. 

[...] Después de la caída de la plaza, el Duque no perdió la paciencia, fueran cuales fuesen los informes que recibía, hasta llegado el momento de actuar en Ciudad Rodrigo. [...] en marzo de 1811, dice prudente el Duque "fue señalada por una barbarie que pocas veces ha sido igualada y nunca superada". Se cazaban mujeres periódicamente para venderlas en el mercado, mientras los abominables horrores y la indescriptible porquería de su sucio campamento (francés) eran "repulsivos y degradantes para la naturaleza humana". 

[...] El Duque, por esta hazaña de magnífico planeamiento y ejecución, recibió el título inglés de earl; las Cortes le dieron la categoría de grande, haciéndole Duque de la recuperada fortaleza; y por este título, duque de Ciudad Rodrigo, gustan de llamarle los españoles, ya que así se españoliza a sus oídos nuestro victorioso general, mientras que Wellington, nombre extranjero, les irrita mucho, por indicar servicios prestados por un superior. El Duque entregó Ciudad Rodrigo a Castaños y los españoles. Esto, durante cierto tiempo, nos reconcilió con nuestros aliados, que habían sospechado que Inglaterra pensaba conservar esta clave de la frontera en su poder. Nuestra confianza, sin embargo, se vio lamentablemente decepcionada por don Carlos de España, que recibió el mando de la plaza e inmediatamente rompió todas las promesas de pagar a sus hombres, con lo que se produjo una rebelión, las reparaciones de la fortaleza se abandonaron, e incluso los bastimentos facilitados por Inglaterra se dejaron fuera de ella; pero es que el "bouka bab boukra" del oriental es el "mañana, pasado mañana" del español, cuyo hoy se sacrifica siempre al mañana. [...]

El viajero querrá visitar la posición inglesa, saliendo a pie hasta el suburbio desde la alameda a San Francisco, y luego hasta el tesón menor, llamado ahora de Crawfurd, y siguiendo de allí hasta el tesón mayor, que ahora se llama el fuerte de Weelintgton; puede volver por Santa Cruz y el Águeda; fue junto a sus orillas donde, el 11 de octubre d 1811, Julián Sánchez, el guerrillero, sorprendió al gobernador francés Reynau paseándose a caballo y se lo llevó prisionero. Le trató con hospitalidad, a pesar de que se había lanzado a la guerra porque su casa había sido incendida y sus padres y su hermana asesinados por los franceses, estando él mismo en aquel momento proscrito como brigand, es decir, bandido por el general Marchand. 

Ciudad rodrigo se convirtió, en manos del Duque, en importante base de futuras operaciones, y su captura puede ser considerada como el primer golpe asestado al invasor. [...] Se puede hacer a caballo una excursión de una mañana de duración hasta El Bodón, que está situado al sudoeste subiendo por el Águeda arriba. "Aquí", dice el Duque, "las tropas británicas sobrepasaron todo cuanto habían hecho hasta entonces". [...] 

Los que tengan tiempo suficiente pueden prolongar esta excursión haciendo rodeo por Portugal y volviendo por Almeida, con lo cual podrán visitar muchos de los lugares de las victorias del Duque y que fueron durante largo tiempo su cuartel general. El autor, que había pensado hacer esta excursión, se vio imposibilitado de ello. 

Tras hacer noche en Ciudad Rodrigo, partió hacia Salamanca, pasando por Santi Spíritus, Martín del Río, Bóveda de Castro, Calzada y Calzadilla. Del camino, dice: Hay ciertas facilidades de transporte por coche, la carretera es mala y carente de interés. Los que vayan a caballo y no busquen hospitalidad, la cual, por cierto, raras veces le es negada aquí a un inglés, en alguna montaracía encontraran una posada aislada cerca de la Iglesia, en Bóveda. 



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