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El mausoleo y la cripta del Cardenal Pacheco, uno de los más bellos sepulcros de Europa

El de los Pacheco fue uno de los linajes más influyentes e importantes de Ciudad Rodrigo durante siglos. A él pertenecía el matrimonio formado por  Juan Pacheco y Ana de Toledo, nieta de los primeros duques de Alba, quienes tenían su casa palacio en el lugar que hoy ocupa la plaza del Buen Alcalde.  Pero si ilustres fueron ellos, aún lo fue más su descendencia, destacando sobre todos sus dos primeros hijos: El primogénito, don Rodrigo de Pacheco, fue primer marqués de Cerralbo, título concedido por el propio emperador Carlos V en 1553 en agradecimiento por sus buenos servicios en las guerras de Alemania; el segundo, don Francisco Pacheco, fue embajador en Roma, virrey de Nápoles, primer arzobispo de Burgos, alcanzando la dignidad de cardenal. 

Francisco nació en Ciudad Rodrigo a principios del siglo XVI, al ser el segundón se dedicó a la carrera eclesiástica siguiendo los pasos de su tío, Pedro Pacheco y Villena, quién tras ser obispo de Mondoñedo, Ciudad Rodrigo (1537-1539), Pamplona y Jaén, fue elegido cardenal, inquisidor, virrey y gobernador de Nápoles, siendo conocido como el Tridentino por haber sido uno de los teólogos protagonistas del Concilio de Trento y estando a punto de ser elegido Papa en el cónclave de 1559.

El mirobrigense Francisco Pacheco se licenció en cánones en la universidad de Salamanca en 1551 y, al igual que su poderoso tío, completó una brillante carrera tanto eclesiástica como diplomática. Dos años después de licenciarse fue nombrado canónigo de Ciudad Rodrigo, sin embargo, no llegó a tomar posesión del cargo hasta 1561, después de la muerte de su tío, ya que por aquel entonces Francisco Pacheco se encontraba en Florencia invitado por su amigo el duque Cosme de Médicis. Ese mismo año fue nombrado cardenal, el más alto título honorífico que puede conceder el Papa. 

El afecto que el cardenal mirobrigense tuvo siempre a Ciudad Rodrigo se demostró tras su nombramiento como cardenal, pues al poco tiempo viajó hasta su ciudad natal para hacerla partícipe del importante nombramiento, llegando a la ciudad a principios del mes de julio y permaneciendo en ella hasta mediados de septiembre. La ciudad, para celebrarlo, le obsequió con una corrida de toros en la Plaza Mayor, a la que el cardenal asistió desde la galería superior del consistorio. 

En 1567 fue nombrado inquisidor general de España y obispo de Burgos. En julio de ese mismo año fue la primera vez que en el cabildo mirobrigense se trata el tema de la petición que su hermano Rodrigo, marqués de Cerralbo, hizo sobre ampliar la capilla funeraria familiar en el trascoro de la catedral mirobrigense. Aunque los Pacheco contaban ya con su propia capilla en uno de los laterales del Altar Mayor, deseaban ampliarla y reedificarla para acoger en ella en un futuro los restos del cardenal Pacheco. No era sino el propio cardenal quien en realidad estaba detrás de tal petición a pesar de ser su hermano Rodrigo, quien siempre figura en las negociaciones con el cabildo.

Capilla de los Pacheco en la catedral

Sin embargo, tras una votación, el cabildo no dio permiso para que, tal y como pretendía el cardenal, se colocase el escudo de armas de los Pacheco en las paredes que salían de la Capilla Mayor. Únicamente podrían ponerse en la bóveda del trascoro y en la pared derecha de la capilla familiar de los Pacheco, lo que no parecía suficiente al cardenal. Fracasadas las negociaciones entre su hermano el marqués y el cabildo y sintiéndose desairado, el cardenal decidió levantar un templo funerario tan grande y tan cerca de la catedral que le hiciera sombra.

El 27 de agosto de 1568, cuando tan solo habían transcurrido unos meses desde la ruptura de relaciones con el cabildo mirobrigense, el Papa Pío V despachaba una bula por la que autorizaba al marqués de Cerralbo a convertir el oratorio que ya existía en la casa principal del mayorazgo familiar en capilla e iglesia. Daba permiso para que en ella se albergasen las reliquias que en tiempos en los que el marqués había sido embajador en Roma había extraído, con licencia de la Sede Apostólica, de las distintas iglesias romanas. Debido a la gran cantidad de reliqiuias de santos que poseía, la capilla debía erigirse bajo el título y advocación Onmium Sanctorum, es decir, de todos los Santos.

Esta capilla, aunque poseía puerta directa a la calle, se erigía en el interior del palacio del marqués, el cual había pertenecido anteriormente a sus padres. La capilla, contaba con campanillas, sagrario y sacramento propios. Gracias al catastro de la Ensenada, podemos saber que el palacio en el que se ubicaba, hoy desaparecido, medía 62 varas de frente por 88 de fondo y contaba con parte baja, segundo piso y corrales. Por levante lindaba con la calle denominada Del Jardín [1], ya que hacía allí daba el jardín del mencionado palacio, y por poniente con el espacio denominado campo del Marqués, por ser de su propiedad, y con la catedral.

Restos de pared del palacio de los señores de Cerralbo. Foto: Beatriz Ramos Mota

El cardenal mirobrigense falleció en Burgos el 23 de agosto de 1579, donde ejercía ya como primer arzobispo. Una vez más, Francisco Pacheco demostró su afecto por Ciudad Rodrigo, ya que en su testamento
pedía expresamente que sus restos fueran trasladados hasta su ciudad natal, donde se debía fundar una gran capilla funeraria en la que sus restos mortales alcanzasen el descanso eterno [2]De forma provisional, su cuerpo fue enterrado en la capilla que los Pacheco poseían en la catedral mirobrigense en espera de que la nueva capilla estuviera terminada.

En dicho testamento dejaba todas las indicaciones concernientes a la fundación del templo, el cual pedía que se levantase lo más cerca posible del palacio familiar. Como lugar para la construcción se eligió un espacio privilegiado en el denominado Campo del Marqués, muy próximo a la cabecera de la propia catedral y junto a la casa principal del mayorazgo familiar [3], tal y como había fijado el difunto cardenal. 

La primera piedra de la capilla no se colocó hasta 1585, seis años después de la muerte de don Francisco. Su construcción debió de enfrentarse a diversas dificultades, ya que no se terminó hasta un siglo después. Cuando ya debían de encontrarse las obras muy avanzadas, cayó un rayo en la vitola de la capilla que la dejó totalmente arruinada e hizo derrumbarse la techumbre [4].

La encargada de retomar la edificación fue doña Leonor de Velasco, condesa de Siruela y heredera de la casa del fundador, quien, aunque siguiendo las indicaciones del cardenal, la reedificó aún con mayor grandeza. El maestro Dávila, en 1687 llegó a comparar la capilla mirobrigense con el Templo de Salomón y a Leonor de Velasco con la también nobilísima Olda como reedficiadora tras el suceso del rayo.

Ante la magnitud de la obra, la cual, como sabemos se llevaba a cabo como desafío del cardenal Pacheco al cabildo, este, contrariado, intentó paralizar las obras de la capilla ante la Santa Sede. Sin embargo, el 21 de abril de 1589 el nuncio papal decidía que la capilla del Cardenal se podía continuar erigiendo en aquel lugar. Es más, el cabildo fue obligado a vender a los delegados del cardenal dos casas que lindaban con los cimientos de la nueva capilla para que fueran demolidas con el propósito de crear allí una plazuela, la actual plaza de Mazarrasa. El propósito de dejar abierto aquel espacio entre la Catedral y la gran Capilla funeraria del Cardenal Pacheco era por si más adelante los canónigos decidían construir allí una girola catedralicia. También se establecía que la nueva capilla funeraria no podría predicar en los días festivos y en las fiestas reservadas a la catedral. 

El cardenal, en su testamento, había dispuesto que serían 12 los capellanes con los que contaría su capilla, en honor a los doce apóstoles, y un capellán mayor. El nuncio papal establecía que dichos capellanes no podrían lucrarse con funerales y entierros, de esta forma no perjudicarían los ingresos catedralicios por este tema. En vista de la cercanía de ambos templos, se establecía que en el caso de que los capellanes de la capilla perturbasen con sus voces a los de la catedral, se deberían de cerrar las ventanas que diesen hacia el ábside catedralicio. Tampoco se podría colocar en la nueva capilla más de una campana, la cual no podría superar las 25 libras de peso.

Vistas desde la balaustrada de la Capilla del Cardenal. Foto: Beatriz Ramos Mota
Don Francisco Pacheco también indicaba en su testamento que, además de los doce capellanes y el capellán mayor, su capilla debía contar con cuatro mozos de coro, un sacristán y un organista, quienes debían celebrar misa diaria y suntuosas exequias por él y por todos sus familiares que fueran allí enterrados.

Llegado el año 1685, por fin se finalizó la magna capilla, sin duda la mayor perla que la casa de Cerralbo poseía en la ciudad. En su interior, a ambos lados del Altar Mayor, a través de dos arcos de piedra, se abren dos capillas laterales, la del Evangelio servía como relicario para custodiar las numerosas reliquias de santos que el marqués había traído desde Roma [5] y la de la Epístola como oratorio para los marqueses de Cerralbo, quienes accedían a ella a través de un pasadizo subterráneo que provenía desde el interior de su contiguo palacio. De esta forma podían acudir a oír misa de forma segura [6].

Desde el palacio de los marqueses partían numerosos pasadizos y calles secretas. Desde el patio se penetraba a varios de ellos, por uno se llegaba hasta la mencionada capilla de los marqueses y por el otro a la cripta subterránea que se ubica bajo la Epístola y el Altar Mayor de la capilla. Dicha cripta, cuenta con una hermosa bóveda de piedra y tres pequeñas ventanas para su ventilación. Los marqueses también contaban con un entramado de callejuelas ubicado de forma secreta entre los muros de sus edificaciones que les permitían moverse de forma discreta y segura por prácticamente toda la manzana.

Vista de la Cripta subterránea. Foto: Beatriz Ramos Mota
El 15 de octubre de ese mismo año los restos del cardenal fueron extraídos del lugar donde se encontraban en la catedral para su traslado hasta la nueva capilla funeraria. En ese momento, al extraer sus restos, se descubrió que más de cien años después de fallecido, su cuerpo continuaba entero e incorrupto, al igual que las vestiduras [7]. Junto al cuerpo fue trasladado también el Santísimo Sacrameto sobre andas de plata. La procesión se llevó a cabo con toda la pompa esperada para un acto de tal calibre a pesar de que fue un día tempestuoso y de mucha agua. Al acto acudieron todas las autoridades y numeroso público. Hubo diversas actividades durante toda la jornada, música e incluso un castillo de fuego, se celebró también un certamen poético que alcanzó gran repercusión.

El sarcófago con el cuerpo incorrupto fue colocado en uno de los brazos del crucero de la capilla que había sido construida para tal fin [8]. Sin embargo, por caprichos del destino, los restos del cardenal nunca lograron encontrar el tan anhelado descanso eterno en su gran capilla. En 1812, la ciudad fue tomada por las tropas napoleónicas y los franceses entraron a la capilla con el propósito de extraer de ella todo lo que hallaran de valor. Entre tales objetos se encontró el sarcófago que contenía el cuerpo del cardenal, el cual fundieron para la fabricación de munición, dejando el cuerpo tirado en una esquina, donde permaneció abandonado por décadas. 

Durante la guerra y después de ella, ante la falta de grandes almacenes para guardar el material bélico dentro del escaso espacio que permitía la ciudad amurallada, la capilla del Cardenal fue utilizada como polvorín del ejército francés, estallando el 22 de octubre de 1818. Tras la gran explosión, la capilla sufrió grandes desperfectos en su fábrica, sobre todo en la cúpula, la cual voló literalmente por los aires para volver a caer a plomo sobre su base, quedando totalmente destrozadas la balaustrada exterior y la linterna. 

En tal estado la encontró el viajero inglés Richard Ford cuando en 1842 visitó Ciudad Rodrigo. Como buen inglés, siempre que podía visitaba los escenarios en los que se había librado alguna batalla de la guerra de la Independencia, acaecida hacía apenas 20 años, y no cabe duda de que Ciudad Rodrigo había sido un punto importante para su compatriota Lord Wellington. 

El británico se refiere a la capilla del Cardenal como “La Colegiata Clásica” de la que escribió: fue muy bella, pero, habiendo sido convertida en polvorín, fue volada en 1818 por lo que aquí pasa por haber sido un accidente, pero que, como en Oriente, es resultado de la falta negligente de precauciones elementales. Los escombros fueron dejados durante muchos años tal y como habían caído, con cuadros del retablo al aire, casi desprendidos de su retablo. El ataúd del cardenal fue arrancado de su sarcófago por los franceses para hacer balas con el plomo: desempolvar a los muertos para destruir a los vivos. El cadáver desnudo fue arrojado a una hornacina y después llevado a un desván, donde lo vimos, yacente y con sus vestiduras episcopales en harapos. El capellán, cuando se le indicó esta indecencia, se limitó a encogerse de hombros, a pesar de que era descendiente de aquel prelado y disfrutaba de las rentas de su fundación. Aunque él comía y cenaba debidamente, nunca enterraba a sus muertos, indiferente a las estipulaciones del proverbio nacional: los vinos a la mesa, los muertos a la huesa [9]

Apenas cinco años más tarde de esta visita, los restos del cardenal regresaban a la catedral. Fueron depositados en el suelo, a la entrada de la capilla que los Pacheco tenían en el templo. Se pretendía trasladarlos más adelante a la capilla del Cardenal de forma definitiva [10]. Sin embargo, casi dos siglos después, aún continúan allí, sin tan siquiera un cartel informativo que indique quién está allí enterrado.

La capilla del Cardenal estuvo en estado semi-arruinado debido a la explosión hasta que, el 5 de mayo de año 1887, don Enrique de Aguilera y Gamboa, XVII marqués de Cerralbo [11], renunció a su patronazgo y cedió la capilla funeraria familiar al obispo mirobrigense, don José Tomás de Mazarrasa. En dicha cesión se incluían algunas cláusulas, concretamente la octava y la décima establecían que como capilla privada de la Casa de Cerralbo, se podrá reservar para hacer en ella panteones, o lo que conviniese mejor a los marqueses de Cerralbo, el ala del Evangelio en el crucero [12]. Además, el mismo marqués se reservaba la parte mejor o la que él escogiese en la cripta subterránea de la capilla para enterramiento de la familia Cerralbo, en donde se pondrá su puerta para incomunicar el panteón del resto de los subterráneos. En la cláusula sexta de la escritura de cesión, el marqués fijaba que en ninguna ocasión y bajo ningún pretexto podrán suprimirse los escudos de armas de la Casa Cerralbo que adornan las fachadas.

Vista parcial de la Cripta Subterránea. Foto: Beatriz Ramos Mota
Acceso a la cripta subterránea. Foto: Beatriz Ramos Mota.

Fue el obispo quien se encargó de la restauración del templo, que pasó a convertirse en parroquia, trasladando a él la sede de la parroquia de El Sagrario de la catedral. Su consagración se celebró el 20 de octubre de 1889. 

Dos décadas más tarde, el 22 de julio de 1908, el marqués, que había decidido instalar en dicha capilla su panteón familiar, revisó las predisposiciones junto al obispo de entonces, Ramón Barberá y Boada, firmando una nueva escritura. El marqués de Cerralbo reservaba para la instalación de su mausoleo familiar la capilla lateral del Evangelio. Allí sería enterrado el propio marqués tras su fallecimiento, así como su mujer y los hijos que esta había tenido de su primer matrimonio. Además, a la entrada de dicho mausoleo se colocaría una reja para aislarla del resto del templo. 

El marqués, quien falleció el 27 de agosto de 1922, dispuso en su testamento que el escultor encargado de realizar la obra de su sepulcro fuera Mariano Benlliure, con quien el propio marqués había mantenido una buena amistad. Así lo cumplieron sus albaceas.

Capilla funeraria del XVII marqués. Foto: Beatriz Ramos Mota

 
En la cláusula tercera del testamento, el marqués destinaba 100.000 pesetas para la ejecución de la escultura y otras cantidades para el traslado de su cuerpo hasta Ciudad Rodrigo, así como el de su mujer, padres, abuelo paterno e hijos políticos.

El sepulcro se compone de una estatua a tamaño natural del propio marqués arrodillado sobre un cojín y apoyando sus brazos en un reclinatorio. Aparece vestido con el uniforme de maestre de Granada. La pieza, que está tallada sobre mármol blanco de Carrara, mide 145 cm por 172 cm  por 63 cm. La escultura está colocada sobre un sarcófago de mármol, flanqueado por dos alegorías de bronce, la Historia y la Ciencia. En su interior, se encuentran los restos del marqués junto a los de su esposa y sus padres. Tras la figura orante asoma un escudo de bronce con las armas del marqués, también obra del mismo escultor. 

En la pared situada a la derecha de la imagen existen cuatro nichos de mármol con detalles en bronce, realizados por Benlliure en 1931. El nicho inferior guarda los restos del abuelo paterno del marqués, don José de Aguilera y Contreras, Grande de España y XVI marqués de Cerralbo. En el suelo justo delante del mencionado nicho, un sarcófago de mármol con relieves en bronce completa el panteón, en él reposan los restos de sus hijos políticos: don Antonio del Valle y Serrano, marqués de Villa-Huerta y doña Amelia del Valle y Serrano, marquesa de Villa-Huerta.

Mausoleo del marqués en el interior de la capilla del Cardenal. Foto: Beatriz Ramos Mota





[1] Nota del A. La calle Del Jardín también era conocida como de Las Descalzas Viejas.
[2] Nota del A. Su testamento fue otorgado en Burgos en junio de 1577.
[3] Nota del A. Rodrigo Pacheco, tras obtener el título de primer marqués de Cerralbo en 1533, había levantado una bonita casa en la Plaza Mayor de la ciudad. Actual edificio de Abarca.
[4] DÁVILA, Tomás Y De COSSÍO y BUSTAMANTE, Diego; Espinicio sagrado, certamen olympico aure: en la solemne dedicación de la insigne capilla que al glorioso apóstol san Andrés, patrón de su casa de Cerralbo, erigió el eminentísimo señor don Francisco Pacheco…., 1687, pp. 270-275.
[5] Nota del A. Dicha capilla lateral está convertida hoy en panteón del XVI marqués de Cerralbo.
[6] DÁVILA, Tomás Y De COSSÍO y BUSTAMANTE, Diego; Espinicio sagrado, certamen olympico aure: en la solemne dedicación de la insigne capilla que al glorioso apóstol san Andrés, patrón de su casa de Cerralbo, erigió el eminentísimo señor don Francisco Pacheco…., 1687, pág. 108.
[7] DÁVILA, Tomás Y De COSSÍO y BUSTAMANTE, Diego; Espinicio sagrado, certamen olympico aure: en la solemne dedicación de la insigne capilla que al glorioso apóstol san Andrés, patrón de su casa de Cerralbo, erigió el eminentísimo señor don Francisco Pacheco…., 1687, pág. 110.
[8] PONZ, Antonio: Viaje de España, Vol. XII. 1788.
[9] FORD, Richard: Viajes por España (1830-1833), pág. 99.
[10] HERNÁNDEZ VEGAS, Mateo: Ciudad Rodrigo, la catedral y la ciudad. Tomo I, pág. 56.
[11] Nota del A. Era además marqués de Almazara y de Campo Fuerte, conde de Alcudia, de Foncalada y del Sacro Imperio Romano y dos veces Grande de España, ya que el resto de títulos se los cedió a sus hermanos.
[12] Archivo Parroquial de El Sagrario. CP. Cpv.

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