En la esquina de la Glorieta, entre las calles Laguna y Santa Clara, existió una magnífica iglesia, hoy desaparecida. Debido a su gran tamaño y su traza, hizo las funciones de catedral. Fue elegida como sede episcopal por el rey don Fernando, quien señaló a 18 canónigos para el servicio y culto de este templo, todos ellos monjes que residían en clausura junto a su obispo, guardando la regla de don Benito, como era costumbre en esa época en todas las catedrales españolas [1]. Estos canónigos vivieron allí hasta que, 35 años después, abandonaron la vida en el claustro y pasaron a residir en casas particulares.
Cuando la ciudad fue acometida por los moros en el año 1165, ya estaba iniciada la construcción de la muralla, al encontrarse este templo fuera de su protección, el el rey don Fernando ordenó edificar otro templo de mejor obra, dentro de los límites de la muralla. La catedral no debía estar expuesta a las incursiones del enemigo. El lugar elegido fue el situado entre las puertas del Rey, hoy desaparecida y el Postigo. Este acceso, que fue posteriormente ensanchado para que pudiesen acceder los carruajes a la ciudad, fue conocido después como Puerta de Santa María y más tarde como Puerta Nueva. En la actualidad se le conoce como Puerta de Amayuelas (peatones). Se cree que la primera piedra de su construcción fue puesta en 1166.
La primera catedral, en su origen estaba advocada a Santa María, sin embargo, una vez que se comenzó la construcción de la actual catedral, que estaría dedicada también a la Virgen María, esta se puso bajo la titularidad de san Andrés para que no coexistieran en la ciudad dos iglesias con idéntica advocación. Una vez hecho esto, y tras el traslado de obispo y canónigos al nuevo templo, este se convirtió en parroquia. Como curiosidad, en la zona de la actual catedral de Santa María que da a la muralla, aún se pueden observar en sus muros los trazados de las ventanas que daban al norte. Esas eran las estancias que se designaron como vivienda del obispo y los canónigos.
ábside de Iglesia de San Pedro y San Isidoro |
Gracias al historiador Sánchez Cabañas, que la conoció en pie, nos podemos hacer una idea de la magnitud del templo. Contaba con tres ábsides de ladrillo, similares a las de la iglesia de San Pedro, y poseía tres puertas. Sobre la principal destacaba un pórtico de sillería bien labrada, sobre él, se erigía la torre de las campanas. A ambos laterales, se situaban las otras dos puertas, sobre el arco de una de ellas se encontraba una imagen de la virgen María sentada con el niño en brazos, sobre el otro, la de Nuestra Señora de Ripial, advocación a la que se tenía mucha devoción y contaba con una de las más antiguas cofradías de la ciudad. Flanqueando esta imagen, otras dos, a su derecha la de San Pedro y a la izquierda, San Mauro [2].
Tanto la capilla mayor como las dos colaterales eran de ladrillo, bien labradas y con diversas molduras. Como podemos imaginar por su descripción se trataba de un templo románico mudéjar o románico del ladrillo, del cual se conserva únicamente en Ciudad Rodrigo, un ábside de la iglesia de san Pedro. Según Cabañas, el cuerpo de la iglesia era grande y con capacidad para mucha gente, su techo era de madera y estaba sostenido por arcos de piedra, que se basaban sobre seis pilares de robusta cantería.
Tanto en su interior como en su exterior, existían numerosos sepulcros, que como era habitual en la época, eran usados como mausoleos para enterrar a las personas más importantes de la zona. Sin embargo, con el paso del tiempo, se ve que fueron faltando los sucesores y con ellos, escasearon las fundaciones y donaciones para mantenerlos, esto, sumado a que los feligreses creyeron que estos enterramientos estorbaban a la par que afeaban el conjunto del templo, provocó que fuesen destruidos. Únicamente uno se salvó de la devastación por estar encajado en los mismos muros del templo.
Portada Románica de la Iglesia de san Andrés |
Este sepulcro, que se ubicaba junto a la pila bautismal, era conservado aún en tiempos de Cabañas y gracias a él podemos conocer su inscripción: “Aquí yace Alfonso Fernández Galerio Mercador, natural de Aniagos, donde finó a 18 días de Octubre. Era de 1307, e legó una capellanía perpétua que canten por él, e para se mantener legó unas casas a San Polo este mesón de Pedro Pilaz de Tacón, con cinco cubas en la Cibdade con las viñas que él mandó. E que ningún clérigo non sea poderoso en dar esta capellanía, sino los parientes de dicho Alfonso Fernández, con la vecindade de esta iglesia, e pues los parientes fueron salidos que la vecindade sean poderosos á todo tiempo en dar esta capellanía”. Cabañas afirma en su historia civitatense que este caballero era natural de Aniagos, una población que se ubicaba a tres leguas de Valladolid, parece ser que tras haber fallecido allí, su cuerpo fue trasladado a Ciudad Rodrigo para ser enterrado en esta iglesia.
Esta primera catedral fue destruida en 1707, durante la guerra de Sucesión, sus fieles fueron incluidos en la de san Pedro, situada a intramuros, mientras se habilitaba para el culto la antigua iglesia de San Pablo, que en esos momentos era popularmente conocida como San Antón, debido a una capilla que había en su interior dedicada a este santo, lo que propició también el nombre de la calle aledaña. Esta iglesia, que aún hoy conserva su portada románica, es conocida en la actualidad como san Andrés [3].
[1] La regla Benedictina es una regla monástica destinada a los monjes que fue escrita por Benito de Nursia a principios del siglo VI y consta de 73 capítulos. Conocida también como “Regula Sancti Benedicti”, fue acogida por la mayoría de los monasterios fundados durante la Edad Media.
[2] Sánchez Cabañas, ANTONIO. “Historia de la Muy Noble y Muy Leal ciudad de Ciudad Rodrigo”.
[3] Hernández Vegas, MATEO (1935) “Ciudad Rodrigo, la Catedral y la Ciudad”. Tomo I
Comentarios
Publicar un comentario