A pesar de ser relativamente moderno, cuenta con numerosas anécdotas y es, sin duda, uno de los que más destacan por su belleza. Su promotora fue Concepción Narváez y del Águila, marquesa de Cartago y descendiente por parte materna del marqués de Espeja, en quien habían recaído unas casas pertenecientes al mayorazgo de Corbalán que se ubicaban en este mismo solar.
El título de marquesa de Cartago le fue concedido el 29 de enero de 1894 por la reina regente, doña María Cristina de Habsburgo-Lorena, en nombre de su hijo, el rey Alfonso XIII, que en ese momento era aún menor de edad.
Según el acta correspondiente a la sesión municipal del 8 de julio de 1899, la marquesa de Cartago, a través de su representante Pedro Dorado, solicita la venta de unos metros de vía pública al Ayuntamiento. El fin era añadirlos a los terrenos que ya poseía en la Plaza de San Salvador y en la antigua calle de los Canónigos - hoy llamada de San Vicente - con el fin de lograr una línea recta para una nueva construcción.
La marquesa pretendía levantar allí su vivienda en la ciudad, ya que, a pesar de haber heredado diversas propiedades en la zona, ninguna era acorde a su abolengo. En la siguiente sesión, el Ayuntamiento acuerda venderle el terreno solicitado a cuatro pesetas y media el metro.
Las obras debieron dar comienzo ese mismo año. Se desconoce quién fue el arquitecto autor del proyecto aunque se cree que fue alguno de los que trabajaron en la ciudad durante los últimos años del siglo XIX y principios del XX, como don Luis María Cabello Lapiedra o don Emilio Moya.
Palacio con su configuración original, antes de la reforma |
Una vez terminada la fachada, las obras estuvieron paralizadas durante años. Entre los mirobrigenses circuló el rumor - hoy convertido en leyenda - de que una gitana que había echado la buenaventura a la marquesa, le había advertido de que su vida terminaría una vez que finalizasen las obras del palacio. Motivo por el cual nunca llegó a finalizar la obra.
Sin embargo, parece ser que el motivo real fue que los obreros le pidieron un aumento de sueldo, declarándose en huelga. Esto motivó la suspensión de las obras y así permaneció durante más de medio siglo [1]. En su interior se almacenó la piedra de Villamayor y el mármol negro con veteado blanco, que había sido traído desde las canteras de Cuadrado (Ávila), sirviendo únicamente como albergue de las aves y a falta de la distribución interior del edificio. Se desconoce si la marquesa atravesó algún problema económico que le impidió finalizarlo, lo que sí es cierto es que poseía una peculiar personalidad. Como un ejemplo curioso, los mayorales de sus fincas debían vestir con el típico traje charro [2].
Lo cierto es que nunca llegó a vivir en él. Concepción Narváez falleció en 1945, con casi 89 años, soltera y sin descendencia. El palacio pasó a manos de su hermano mayor, José María Narváez. Posteriormente, la propiedad pasó a un sobrino de ambos, Luis María Narváez y Ulloa. Se cree que este se lo ganó a su tío en una apuesta de tiro de pichón. El caso es que al fallecer este último fue heredado por su viuda, Margarita Coello de Portugal.
En 1953 fue adquirido por el matrimonio formado por Agustín Íñigo Sánchez y Marcelina Rodríguez Marcos, quienes, tras hacer algunas reformas a su estructura, finalizaron las obras en 1954. Bajaron parte del segundo piso, quedando el actual torreón. Las dos ventanas exteriores que se quitaron de la segunda planta fueron colocadas en el patio interior de la entrada al palacio por los hermanos Tapia.
Los hermanos Tapia rematando las ventanas 1953/54 |
Al bajar la altura del edificio, se perdió una parte de la cresta del escudo de armas sobre la portada principal, un brazo armado sobre una torre que se ubicaba sobre la corona. Otro de los grandes cambios sufridos durante la reforma fue la escalinata, que en origen era una central y fue derribada para edificar dos laterales en su lugar.
Agustín Íñigo falleció en 1962, quedando viuda y sin hijos Marcelina, una mujer muy creyente que iba diariamente a misa. De hecho, pretendió construir una iglesia en la planta baja de su palacio. Sin embargo, no lo llevo a cabo por no ser apropiado disponer de habitaciones encima de un templo.
Patio interior del palacio. Foto: Beatriz Ramos Mota |
Marcelina, quien nunca tuvo descendencia, falleció el 15 de septiembre de 2001 y el palacio pasó por donación testamentaria al obispado de Ciudad Rodrigo. Fue el propio obispo quien hizo pública la noticia el 28 de noviembre de ese mismo año.
El testamento de Marcelina decía textualmente: Lega a la Diócesis de Ciudad Rodrigo el edificio o Casa-Palacio sito en esta ciudad, en la plaza de San Salvador N.º 8, con su patio y planta baja, para que con la renta que pueda producir o con el valor de su venta, al arbitrio del Obispo, se atienda al sostenimiento del culto de sus templos, las órdenes del sagrado apostolado y al ejercicio de la caridad.
En la actualidad el palacio continúa siendo propiedad del obispado.
[2] DOMÍNGUEZ CID, Tomás: El palacio de la marquesa de Cartago, en Revista Hidalguía, N.º 250-251, pág. 542.
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