Es en el siglo XII cuando se
localizan las primeras referencias directas al contrabando, unidas
prácticamente al nacimiento de la actual frontera hispano-lusa. Podríamos decir
que la historia del contrabando en la comarca de Ciudad Rodrigo es tan antigua
como lo es la propia frontera.
Los habitantes de estas tierras
fronterizas de interior han subsistido durante siglos de una forma
prácticamente autárquica, aprovechando al máximo los escasos recursos naturales
que les ofrecía la Dehesa. Es por eso por lo que predominaba un tipo de
explotación de extensivo, cuyo uso de la tierra solía disociarse de los
derechos de propiedad de esta. Es decir, los límites terrenales pasaban a ser
espacios difícilmente definibles. Del mismo modo, para los rayanos ambos países
estaban únicamente divididos por una línea establecida por poderes que les eran
completamente ajenos.
El contrabando se creó de la
noche a la mañana con la difusión de un bando de una norma que estigmatizó toda
aquella transacción que no se ajustase a la nueva ley. En ella se establecía el
camino marcado que debían seguir todos los comerciantes. De esta forma, los
poderosos, emplazaron sus peones en caminos, puentes y puertos estratégicos
para fiscalizar fácilmente el tránsito de personas y mercancías. Beneficiándose
gracias al cobro de impuestos cada vez que se pasaba por esos lugares. Ahí
mismo, el comercio tradicional pasa a ser oculto, creándose el contrabando.
La vida en la frontera no era
fácil y el comercio e intercambio entre vecinos siempre había estado muy
presente a ambos lados de la raya. Para ellos ese límite marcado por los nuevos
señores de la tierra, eran únicamente una abstracción. Aunque ilegal, para la
mayoría de rayanos el contrabando era una más de las formas de salir adelante
en la frontera. Era un contrabando de subsistencia. Sin las connotaciones
negativas que los representantes del poder intentaban atribuirle. Con la necesidad, como siempre, había aparecido la picaresca.
Esta práctica sirvió para
fortalecer lazos sociales entre las aldeas fronterizas de la Raya hispano-lusa,
siendo uno de los principales motores económicos de la zona. El comercio de
estraperlo completaba las escasas rentas familiares de muchos hogares. El
objetivo final del contrabandista tradicional fue la supervivencia propia y de
los suyos en zonas desatendidas por el Estado. Creando ante la escasez una
especie de tratado de libre comercio que siempre ha existido en toda zona fronteriza. Una forma de llenar estómagos vacíos a ambos lados de la raya que ha
estado muy presente en la vida tanto de españoles como de portugueses que
vivieron en esta frontera.
Puede resultar difícil de
comprender con los tiempos actuales, sobre todo para quienes solo han conocido
esta frontera tras la adhesión de ambos países a la Unión Europea, lo que
posteriormente conllevó al libre comercio entre sus países miembros. Pero
hablar del contrabando es hablar de miles de historias y de idas y venidas
campo a través que han marcado generaciones desde el siglo XII hasta finales de
los años 70. Es decir, realmente hasta casi antes de ayer. No obstante, en este artículo me centraré en
el contrabando tradicional que transcurre desde el fin de la guerra civil y el
inicio de la posguerra (1939-1940) hasta mediados de los años 60 (1965).
Cartilla de racionamiento española |
En España los alimentos comenzaron a escasear de forma preocupante y comer durante la posguerra se convirtió en un acto revolucionario para muchas familias. De hecho, los años más intensos de contrabando fueron los primeros años de la posguerra. Las primeras cartillas de
racionamiento las puso la república a finales de 1936 (su efectividad era más
bien dudosa) y en mayo de 1939 fue el nuevo gobierno franquista quien
nuevamente impuso las cartillas de racionamiento, cuyo uso se extendió por más
de 10 años. No todas las cartillas eran iguales, ya que existían cartillas de
primera, segunda y de tercera clase, dependiendo del estatus del beneficiario. Posteriormente
existieron cartillas para el ámbito rural y otras para el urbano. Se impone un
rígido control sobre precios, salarios y abastecimientos y se fija el precio de
la peseta, que se mantuvo inamovible desde 1939 hasta 1948.
La primera mercancía regulada por
el Estado fue el trigo. El recién creado Servicio Nacional del Trigo determinó
e impuso cupos de producción con precios fijos, e impuso el pago de una
sobretasa para la producción excedente. Esto provocó que los agricultores
declarasen menos cantidad de la que en verdad producían vendiendo los
excedentes al margen de la ley. En esta época, el pan llegó a convertirse en un
artículo de lujo.
El aceite fue otro de los
alimentos intervenidos por el Estado. Los molinos eran precintados para que no
pudiesen trabajar más de 8 horas al día. Sin embargo, sus propietarios solían
saltarse la ley para producir todo lo que les era posible. Una vez más, el
excedente era introducido en el mercado negro.
Por lo general los productos
racionados eran de dudosa calidad y normalmente de cantidad insuficiente. Esto
propiciaba que muchas personas, optasen por conseguirlos en el mercado negro,
mucho mejor abastecido, aunque también con un precio bastante superior. A la compra-venta de productos racionados que habían excedido el cupo de producción se le llamó estraperlo. En muchas ocasiones el estraperlo era enmascarado con trueques, se cambiaba por ejemplo aceite por queso u otros productos.
Fielato español durante la posguerra |
Los contrabandistas cruzaban la
frontera prácticamente cada noche para traer o llevar productos que acá o allá
escaseaban. Revolucionarios con olor a café. A algunos de ellos se les conocía
como mochileros, ya que fabricaban una especie de mochilas preparadas
específicamente para transportar la carga. La diferencia entre los mochileros y
los cargueros era únicamente que la carga que llevaban era suya, mientras que
los cargueros, transportaban las mercancías de otros contrabandistas a cambio
de unas monedas.
Las cuadrillas de contrabandistas
se desplazaban generalmente de noche, la mayoría lo hacían a pie, aunque
algunos, los menos, lo hacían a caballo. Normalmente las rutas elegidas eran
siempre las más complicadas. Ir caminando a oscuras monte a través, a veces con
lluvia, frío… con 20, 30 o 40 kilos a la espalda no resultaba un trabajo nada
fácil. Fuese invierno o verano, lloviese o no, salían de sus hogares al
anochecer para recorrer hasta 40 kilómetros de ida (dependiendo del pueblo de
salida) para adentrarse en el país vecino a dejar la carga, antes de regresar,
generalmente con alguna otra mercancía que aquí escasease para vender después
de estraperlo. El paso de los ríos solía ser el mayor obstáculo natural al que
se enfrentaban. En ocasiones debían cruzarlo desnudos, con sus cargas a la espalda
y muchas veces se veían obligados a continuar la marcha mojados hasta los huesos.
Muchos de los contrabandistas no sabían nadar y era gran riesgo cruzarlo debido
a las fuertes crecidas durante el invierno. De hecho, en los pasos de los ríos
era donde solían ocurrir más casos de apresamiento, heridos o muertos. A veces
eran disparados mientras cruzaban el río, sin ánimo de acertar, únicamente con
el fin de asustarles, pero los cruces de balas durante la noche nunca se sabían
donde podían impactar. La pérdida de la
mercancía suponía un duro revés para el contrabandista. Los buenos mochileros
ponían mucho interés en la defensa de su carga. Generalmente preferían lanzar
la mercancía al río que entregarla a los guardias.
Contrabandistas |
Llegaban a sus casas
prácticamente al amanecer y muchos de ellos, cuando lo hacían debían atender al
ganado. La dureza, el frío, los nervios y la incertidumbre de no ser cogido
eran el pan de cada día en la vida de estos hombres. Eso sí, los jornales para
aquella época eran buenos, oscilaban entre las 40 y 200 pesetas, dependiendo de
los años y la mercancía. Hay que tener en cuenta que el jornal medio diario en
la época rondaba las 8 pesetas diarias mientras que en una noche cargando una
máquina de coser se podrían cobrar 42. Algunos incluso llevaban 2 a la vez. Esta
vida era posible únicamente debido al tesón y la capacidad de resistencia
frente a la mordiente necesidad.
Para ser contrabandista era
necesario poseer gran valentía, estar muy en forma, conocer bien la zona y,
sobre todo, ser muy discreto. Además, debía estar siempre pendiente de las oscilaciones
de los precios y de la oferta y la demanda de las mercancías a un lado y otro
de la frontera. Los contrabandistas conocían los sinuosos caminos comarcales y donde
estaban los puntos de paso de los ríos como las palmas de sus manos. Actuaban
de noche como verdaderos GPS. Arriesgaban sus vidas para ganar un puñado de
monedas y así sacar a sus familias adelante. Que tus hijos no pasasen hambre en
aquella época era un lujo. En esos años tan difíciles podríamos decir que el
contrabando fue una especie de plan Marshall casero.
Por duro que fuese el frío, la
niebla o la lluvia, las noches más peligrosas eran en las que el cielo estaba
despejado… Muchas eran las veces en las que los contrabandistas se veían
obligados a tirar la carga por verse perseguidos. Cuando esto ocurría, era una
verdadera tragedia, pues resultaba muy complicado volverla a recuperar y el
precio que valía era muy elevado. Algunos de estos hombres llevaban incluso 40
kilos a la espalda y otros 5 en la mano. De esta forma, si se veían en la
necesidad de huir de la guardia civil, soltaban los 40 y se quedaban los otros
5. A esto lo llamaban el “salvavidas”. Casi nunca lograban apresar a los
contrabandistas, quienes, al verse perseguidos, si podían escondían la
mercancía antes de huir amparados por la oscuridad de la noche.
Como hemos mencionado antes, en
ocasiones la guardia civil les disparaba, lo extraño era que no escuchasen
disparos al menos un par de veces a la semana. Aunque quizás no tirasen a dar,
porque salvo alguna excepción, siempre fallaban. Generalmente se les daba el
alto a voces, o si no, se disparaba tres veces al aire. A esa señal el
contrabandista debía haber abandonado la carga y huido. No hay mercancía que valga una vida.
La
mayoría de los contrabandistas solían ir en grupos de 3 o 4 individuos, aunque
algunos llegaron a contar con cuadrillas de más de 20 personas que salían en
silencio, caminando en fila, pero manteniendo una pequeña distancia entre unos
a otros. De esta forma si los guardias pillaban a algunos, los demás se salvarían.
En estas grandes cuadrillas organizadas, existía la figura del guía, quien iba
el primero marcando el camino. La posición del guía era la más peligrosa y
debía ir muy atento, oteando en la oscuridad y siendo el primero en enfrentarse
a cualquier peligro. Para ejercer de guía había que conocer bien el terreno,
estar dotado de un extraordinario sentido de la orientación, tener buena vista
e intuición para evitar los asaltos y la pérdida de cargas. También debía
poseer carisma, arrojo, valentía y cierta psicología para dirigir y tratar al
resto de la cuadrilla, ya que generalmente, era quien tenía más poder dentro de
ella o el propietario de la carga y quien negociaba las compras, así como quien
pagaba al resto de la cuadrilla.
Desde la edad Media la
inseguridad de los caminos fronterizos, unido al mal estado de las rutas que
seguían, contribuyeron a convertir el comercio fronterizo en una aventura muy
arriesgada. A algunos contrabandistas, jamás los cogieron. Otros, sin embargo,
no tuvieron tanta suerte y aparte de pagar una pequeña multa estuvieron en la
cárcel. Eso sin contar algunos que murieron.
El contrabandista y la guardia
civil a pesar de ser enemigos naturales mantenían una especie de pacto entre
caballeros. Generalmente el interés de los guardias residía en apresar la carga
y una vez que el contrabandista la soltaba dejaba de tener tanto interés a los
ojos del guardia. Esto se debe a que el incautador conseguía beneficios por
cada carga apresada, y en ocasiones, si se trataba de alimentos, simplemente se
los quedaba. Aunque esto era así en la mayoría de las veces, no todos los
guardias se conformaban con la mercancía, y si apresaban a los contrabandistas,
llevaban a cabo duras medidas de castigo para conseguir confidencias. Como los guardias solían tener sueldos de miseria
y algunos contrabandistas podían pagar en una noche el sueldo que el guardia cobraba
por todo el mes, muchos eran los que hacían la vista gorda a cambio de unas
monedas. Miles historias de persecuciones son las que tienen por contar las
personas que en esta época se dedicaron a esta difícil tarea.
Los mochileros eran casi en su
totalidad hombres, aunque hubo alguna mujer llegó a buscar cargas. El papel de
las mujeres no era menos importante, solían desempeñar las funciones relacionadas
con la venta y distribución de las mercancías que cargaban sus maridos, hermanos
o cuñados. Casi todas estas mujeres mezclaban estas actividades de contrabando
con las de estraperlo de sustancias que estaban sujetas a tasas y
racionamiento. Muchas veces eran las propias mujeres quienes plantaban cara a
la guardia civil cuando estos entraban por las calles persiguiendo a contrabandistas,
llegando a ponerse ante ellos para no perder las pesetas de ese día. O quienes
se enfrentaban a los registros en sus casas.
En muchas ocasiones, el
contrabando propició situaciones que hoy en día pueden parecer insólitas, pero
en aquellos tiempos se convirtieron en algo cotidiano. Desde contrabandistas
que se hicieron guardias civiles, o, por el contrario, guardias que a su vez
participaban en el contrabando. O incluso contrabandistas y guardias civiles
que jugaban juntos la partida cada tarde. También fueron habituales situaciones
de mujeres de contrabandistas vendiendo mercancías a mujeres de guardia
civiles. Un submundo dentro de una realidad secreta que, era posible gracias a
la discreción de los implicados.
Mi abuela, propietaria de un
colmado en el Bodón, durante toda su vida trató igual con contrabandistas que
con guardia civiles, a quien recuerdo me decía, no era difícil sobornar porque
pasaban tanta necesidad o más que los contrabandistas. En ocasiones lo más
peligroso no eran los guardias, sino los convecinos. Los chivatazos casi
siempre venían por la envidia o pique de algún vecino que no había sido
contratado como carguero por el contrabandista o simplemente porque no poseían
el valor necesario para realizar la actividad. Por ello el contrabandista no
podía fiarse ni de su propia sombra. A pesar de estos casos, que siempre los
hubo, el contrabandista tradicional siempre ha contado con el apoyo de gran
parte del pueblo llano que, con frecuencia, de una forma u otra era beneficiado
de su comercio ilegal.
Como decían los vecinos portugueses, el contrabando era “delito,
mas não pecado”. El
contrabandista tradicional sigue siendo un personaje que suscita admiración,
quizás por su probada valentía. Un personaje pintoresco y tradicional del romántico
paisaje fronterizo español. Sin embargo, a pesar de que aún no es tan difícil
encontrarse con abuelos o abuelas de la zona que cruzaron esta indeleble línea que
les separaba del hambre, aún en nuestros días apenas se habla sobre esta actividad
que fue tan habitual en esta zona ¿Será porque forma parte de la discreción del
contrabandista?
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