Fue un misionero franciscano del siglo XVI, natural de Ciudad Rodrigo, de donde tomó el sobrenombre. Es el quinto de los denominados "doce apóstoles del Nuevo Mundo", es decir, formó parte del grupo de los 12 primeros franciscanos que llegaron a México en 1524 para ejercer labores misioneras entre los nativos.
Este misionero mirobrigense destacó por su firme defensa de los derechos de los indígenas, su compromiso inquebrantable con la pobreza franciscana y su caridad hacia el prójimo. Al desembarcar en el recién descubierto continente, recorrió descalzo la larga travesía de 60 leguas (más de 289 Km) que separaban el puerto de Veracruz de la ciudad de México. Llevaba tan a rajatabla la pobreza franciscana que caminaba siempre descalzo, vestía un viejo hábito remendado, dormía en el suelo usando un palo o una piedra como almohada, solo bebía agua y se alimentaba escasamente de tortillas, el pan de los indios.
El trabajo de los franciscanos en aquellas tierras era arduo. Consistía principalmente en predicar la fe cristiana, cantar las misas, bautizar a los niños, confesar a los enfermos y dar sepultura a los difuntos. Tuvieron que enfrentarse a una realidad desconocida para ellos, un clima nuevo y unas religiones politeístas con ritos y costumbres que, en ocasiones, llegaban a rozar lo macabro. Se enfrentaron a una realidad desconocida, un clima nuevo, religiones politeístas con con ritos y costumbres a menudo desconcertantes para ellos y a un conglomerado de lenguas que se vieron obligados a dominar, prueba de ello son las gramáticas y diccionarios que nos dejaron, gracias a los cuales se ha podido mantener dichas lenguas.
Una anécdota que muestra la personalidad de este fraile mirobrigense sucedió cuando él, que era guardián del convento de México, recibió una botija de vino que don fray Juan de Zumárraga, arzobispo de México, envió al convento para los religiosos en víspera de Pascua. Cuando el portero se le llevó a su celda y le informó que la enviaba el arzobispo, el mirobrigense, salió de la celda gritando a grandes voces, ¡Silicios, silicios, no vino, no vino!. A pesar de que el resto de religiosos le rogaron quedarse con el vino, aunque fuera para la sacristía, teniendo en cuenta, además, quien lo enviaba, se negó en rotundo a recibirlo. Devolvió al arzobispo unas palabras de agradecimiento por la limosna y le hizo saber que aquel vino se podía emplear en otras personas que lo pudiesen necesitar más.
Llevaba dos años en el nuevo continente cuando, en septiembre de 1526, decidió regresar a España para negociar con el emperador Carlos V sobre la obtención de derechos para los indígenas. Fue el primero en pedir que no fuesen relegados a tantos trabajos y vejaciones como aquellos primeros años padecían y en solicitar la libertad de los que, injustamente, se tenían como esclavos [1]. Gracias a este viaje, el emperador accedió a sus peticiones y le nombró encargado de avisarle si no se cumplían las cédulas que el fraile había promulgado en favor de los indígenas. Tras ello, se dedicó a reclutar un grupo de franciscanos que le acompañasen en su viaje de regreso. Era 1529 cuando regresó nuevamente a México, partió de Sanlúcar de Barrameda capitaneando la segunda barcada de frailes, pues otros 20 franciscanos le acompañaban. Entre ellos, iba fray Bernardino de Sahagún [2], que en esa época, estudiaba en Salamanca.
Azulejo en convento franciscano de Belvís de Monroy (Cáceres) |
Desde Sanlúcar se dirigieron a las Canarias y desde allí, cruzaron el Atlántico. Hicieron escala en santo Domingo y después de cerca de dos meses, desembarcaron en el puerto de Veracruz [3], desde donde partieron hasta la ciudad de México. En algunos textos se dice que fray Antonio de Ciudad Rodrigo en este viaje transportó, desde España hasta México, cinco toneladas y media de libros, ornamentos y ropa [4].
Cuando el padre Antonio de Ciudad Rodrigo y sus 20 jóvenes misioneros entraron en la ciudad de México, por mayo de 1529, la situación que allí reinaba era alarmante, violencia sobre violencia, lo que ponía a la Nueva España en peligro de perderse. Los enfrentamientos entre Nuño Beltrán de Guzmán, quien se caracterizó por su violencia contra los indígenas, y los partidarios de Cortés fueron numerosos. Incluso entre Nuño y los propios frailes, de quienes estaba al frente el obispo electo fray Juan de Zumárraga. Entre las denuncias que se hacían unos y otros, Nuño acusó a los frailes de pretender alzarse con la tierra y echar de ella a los españoles, propiciando un movimiento independentista, así como imputarles cargos de corrupción, como el de tener, algunos frailes, comercio sexual con mujeres indias. Juan de Zumárraga, harto de los desmanes de Nuño, promovió contradenuncias tan graves que provocaron la destitución de este en 1530.
Por 1539, el arzobispo actuó como inquisidor apostólico contra indígenas acusados de practicar idolatría y artes mágicas. Tres frailes franciscanos, elegidos por destacar en el conocimiento de la lengua náhuatl, actuaron como interpretes. Estos fueron: Alonso de Molina, el primer lexicógrafo de dicha lengua, Bernardino de Sahagún y Antonio de Ciudad Rodrigo, quien también fue elegido obispo de la Nueva Galicia. Sin embargo, debido a su extrema humildad, rechazo la mitra.
En 1553, el misionero mirobrigense sufrió una grave enfermedad, cuando el médico del convento fue a verlo, tras comprobar que le quedaba poco de vida, le dijo: Padre, encomendaos a dios porque ya es llegada vuestra hora. Lejos de afligirse, el fraile respondió: ¡Oh señor doctor, dios os dé buenas nuevas, como vos a mí me las habéis dado![5]. Tras oírlo, el médico salió de la enfermería con lágrimas en los ojos. Está enterrado en el mismo convento de san Francisco de México donde falleció.
Se dice en antiguos textos que fue gracias al empeñó de fray Antonio de Ciudad Rodrigo que quedaron en México, y toda América latina en general, gran cantidad de indígenas, ya que de haber continuado la esclavitud, hubiese ocurrido como en la parte norte del continente, donde prácticamente desaparecieron por completo.
Hacía dos años que había muerto cuando, fray Juan de Torquemada, aseguró a su compañero, fray Rodrigo de Bienvenida, que se le había aparecido fray Antonio de Ciudad Rodrigo para decirle que: se aparejase, porque aquella que padecía, sería la última enfermedad, de la cual había de morir. Le dijo muchas otras cosas, de ellas, sola una reveló fray Rodrigo, y era, que dios estaba muy airado por la poca justicia que había en la Nueva España; y siendo esto así, no era extraño que sucedieran tantos desastres en ellas [6].
[1] Nota del A. La esclavitud de los indios estaba permitida desde 1500, si estos eran cautivos de guerra.
[2] Romero Galván, José Rubén: Fray Bernardino de Sahagún y la Historia de las cosas nuevas de España, 2002, p. 29
[3] León Portilla, Miguel: Encuentro con el Nuevo Mundo en medio de turbulencias sociales. Sahagún, misionero y maestro (1529-1540), 1999, p.55-56
[4] Morales, Francisco: Como se formaron las bibliotecas franciscanas, publicado por el Centro de Estudios Humanísticos fray Bernardino de Sahagún, p.2
[5] De Mendieta, Gerónimo: Vidas franciscanas, 1994, 2ª Ed., p. 57
[6] Monarquía Indiana, fray Juan de Torquemada, Vol. VII, Libro XX, Capítulo XLIV, "De cómo el siervo de dios fray Juan de Torquemada resucitó a un niño, y cómo le aparecieron nuestro padre san Francisco y santa Clara; y de su dichosa muerte",1983, p. 262
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