Con este artículo inicia una nueva serie en la que se intentará, en la medida de lo posible, reconstruir como era la vida en el Ciudad Rodrigo de hace 100 años. Muchos de los datos se han extraído del libro sobre geografía médica e higiene que en 1920 publicó el señor Manzano [1], médico mirobrigense que ejerció también como forense en Ciudad Rodrigo. Al ser muchos datos y de diversa índole lo iré dividiendo en distintos artículos de una misma serie. En la primera parte se tratará como eran los mirobrigenses hace 100 años.
Parece ser que la falta de cultura higiénica de la mayor parte de vecinos de esa época fue uno de los grandes problemas sanitarios a los que se enfrentó este médico mirobrigense. Algo que por entonces ocurría en la mayoría de pueblos de España. El problema de la escasa higiene en esos años estaba muy vinculado a la escasa cultura que tenía la mayor parte de la población, por ello los pobres se veían más afectados. El señor Manzano aseguraba: Aquí aún existen entre las clases pobres quienes no se lavan la cara más que cuando les afeitan, y las manos de mes en mes. El galeno dividía a la población de la ciudad en cuatro clases sociales: La elevada o rica, la media, la jornalera y la de mendigos. Digamos que por debajo de la clase media existían otras dos clases, la de los jornaleros u obreros, que aunque pobres, tenían algunos ingresos y la de los mendigos o menesterosos, llamados en aquella época pobres de solemnidad. Es decir, los pobres oficiales. Según los datos obtenidos se irán desgranando las costumbres y formas de vida de las distintas clases sociales mirobrigenses de hace 100 años.
La clase alta estaba formada por un pequeño núcleo de personas, que eran llamados terratenientes. La mayoría de ellos no residía en Ciudad Rodrigo y hacían vida sedentaria, sin ejercer trabajo alguno. Solían vivir de lo que le producían sus rentas, generalmente heredadas.
La clase media estaba formada por la mayor parte de la población y en ella se incluía a comerciantes, industriales, profesionales y otros que cobraban pequeños sueldos del Estado o Municipio. A estos últimos el galeno se refiere como pobres de levita, porque a pesar de su escaso y mediano vivir, tienen que ir bien trajeados. Los miembros de esta clase solían ser los más gravados con contribuciones e impuestos y tras los jornaleros, eran quienes más trabajaban. El señor Manzano aseguraba que entre ellos reinaba la desconfianza y la apatía y que eran, al igual que las clases más bajas, muy dados a recurrir al curanderismo. Parece ser que aún se atendía más las indicaciones de cualquier comadre curandera que las manifestaciones del profesional, a quien siempre se le replica por aquello que "de médicos, toreros y locos todos tenemos un poco". Se puede imaginar imaginar que como médico no le agradase demasiado esta actitud de muchos mirobrigenses.
La clase jornalera o proletaria era la que sin duda más trabajaba y además la que hacía por menos dinero. Los mirobrigenses que pertenecían a ella no se alimentaban lo necesario y vivían en condiciones higiénicas poco recomendables. La mayoría de personas que pertenecían a esta clase eran albañiles y peones. El médico aseguraba que la clase proletaria mirobrigense carecía de espíritu de asociación y eran contados los que pertenecían a la llamada Federación Obrera o a la de Socorros Mutuos. Al parecer se trataba de una clase social formada por personas pacíficas de quienes aseguraba: No son pendencieros y sí respetuosos y humildes con la autoridad constituida y con sus patronos. La sociedad Obrera mirobrigense se constituyó el 21 de noviembre de 1913. A ella podían acceder solo varones mayores de 14 años, de cualquier religión, mediante una cuota de 25 céntimos de peseta mensuales. Contaba en esa época con 236 socios, de ellos unos 70 eran albañiles, 54 carpinteros, más de 100 peones y el resto ejercían otros oficios varios. La alimentación del obrero se reducía principalmente a arroz, judías, patatas, legumbres, algún pescado (bacalao), escasísima carne y cuando la tomaban se trataba en su mayoría de ganado cabrío y pan. Gracias a las descripciones del médico podemos saber que realizaban tres comidas al día: La primera de ocho a nueve de la mañana, consistente en unas sopas de pan o patatas cocidas, un trozo de tocino (esto no siempre) y un trozo de pan; con tal almuerzo reanudaban su tarea hasta las 12, en que por segunda vez comen un plato de sopa de pan, otro de verdura con salpichaduras de garbanzos o rajas de patatas, un pedacito de tocino o morcilla y vuelta al trabajo hasta la puesta de sol. En los largos días de verano, una ligera merienda y en todos al llegar a su casa hallan la tercera comida, consistente generalmente en un plato de arroz con patatas y judías o cosa análoga y a descansar en un lecho no muy cómodo.
El obrero de la construcción en el Ciudad Rodrigo de esa época trabajaba como mínimo de 10 a 14 horas en las temporadas en que la estación lo permitía, pues en invierno no solían tener trabajo y muchos se veían en la necesidad de mendigar el pan de puerta en puerta. El obrero del campo, tenía aún menos horas de descanso debido a la necesaria vigilancia que le imponía la guardia y custodia de mieses y ganados en las eras. Sobre todo en las épocas de recolección de pastos. El jornal del obrero oscilaba para los albañiles, carpinteros, herreros y pintores de 2.50 a 3 pesetas diarias, siendo contados los que llegaban a ganar 3.50 ptas. El peón auxiliar de otros oficios solía ganar desde 1.50 a 1.75 ptas y los de otros oficios varios como los hojalateros, sastres, zapateros, etc. tenían un jornal muy variable. Los obreros del campo ganaban de 0.75 a 1 pta. diaria y tenían incluida la manutención y ciertas pequeñas gabelas, llamadas escusas.
Pequeño pastor a orillas del Águeda. Foto: Pazos |
Las viviendas de estas personas dejaban mucho que desear respecto a higiene y moralidad, puesto que como las familias suelen ser muy numerosas, las habitaciones escasas y reducidas, pocos y pobres sus muebles y ropas, todo ello presenta un sello de miseria y desconsuelo que les obliga a vivir todos juntos y sin la debida separación de sexos y edades. En Ciudad Rodrigo eran muchos los hombres de esta clase social que tenían predilección por las tabernas. En ellas solían pasar sus ratos de esparcimiento bebiendo vino y jugando a la brisca, al tute, al chingallón, al secayó y al muslo cual muchas veces es origen de disgustos y sinsabores porque las discusiones degeneran en disputas y originan escándalos, blasfemias y riñas que el vino se encarga de agrandar. En otro artículo de esta serie se ampliará el ambiente que se vivía en las tabernas mirobrigenses hace 100 años.
A pesar de la dificultad que los obreros de construcción pasaban durante los meses de invierno, el señor Manzano se refiere a ellos como: Parecía imposible como en ciertas casas de clases pobres podían sostenerse cuatro o seis personas, como mínimo teniendo que vestirse y comer con un jornal de 2 pesetas. Y esto cuando el cabeza de familia lo gana, pues en los meses de invierno suele permanecer la inanición, comiendo rara vez lo necesario para que el cuerpo humano se mantenga dentro de los límites que exige la salud. Con gran sentimiento de honradez que aún alberga en su alma, calladamente sufre el hambre y el frío del invierno, sin llegar, a pesar de la espantosa miseria en que vegeta, al deseo de apropiarse de lo ajeno ni mucho menos intentarlo. Durante los meses de invierno en la ciudad crecía el número de enfermos de tuberculosis y otras enfermedades como raquitismo o anemias, que se ensañaban especialmente con las personas de clases bajas. La escasa o nula alimentación que tenían, sumada a la escasa higiene que mantenían tanto corporal como en sus viviendas les hacía las mayores víctimas de este tipo de enfermedades.
La última clase del estrato social mirobrigense de hace 100 años, la mendiga. El número de mendigos era abundante en el Ciudad Rodrigo de aquellos años, se transcriben las palabras textuales del señor Manzano sobre el tema: La mayoría [de] menesterosos que imploran de puerta en puerta son forasteros y de comarcas limítrofes a nuestro pueblo. Pordiosean por las calles, los de la ciudad, en no pequeño número y en señalados días de la semana, en que por recoger unos céntimos, que les dan en ciertas casas, pasean sus andrajos procesionalmente por nuestras rúas, y en grandes núcleos exhiben sus desnudeces estacionados largas horas con notorio peligro de contagios. Aseguraba que en la ciudad no existía en ese tiempo ninguna reglamentación ni asociación de mendicidad, cocinas económicas o comedores de caridad. Parece ser que únicamente existía la sociedad o conferencias de San Vicente de Paul que cortan muchos abusos y cumpliendo sus estatutos mitigan muchos hambres durante todo el año en esta ciudad, y muy especialmente en épocas de invierno. No sé si por desconocimiento del doctor Manzano o porque no se aplicara, pero al menos en 1903, estaba vigente en los Art. 130 y 131 del Reglamento sobre el orden público de la ciudad, los siguientes puntos sobre la mendicidad: Art. 130. Los vecinos de esta ciudad que por falta de todo otro recurso se vean obligados a implorar la caridad pública, se les autorizará para ello, previa petición, y, para la justificación correspondiente serán provistos de una placa numerada con la orden del registro. Art. 131. Los mendigos forasteros no podrán implorar la caridad pública sin el competente permiso, y se sujetarán en un todo a las disposiciones que dicte la autoridad local. En cuanto a la mendicidad de los menores, se estará en lo dispuesto en la Ley de 23 de julio de 1903 [2].
La alimentación de los mirobrigenses en esos años estaba basada generalmente en productos producidos en la misma zona y es que la historia de Ciudad Rodrigo no se comprende sin mirar al campo. Los vegetales y legumbres parece ser que eran abundantes gracias a lo productiva que es esta campiña. Su producción daba no solo para el consumo de la ciudad sino que algunas cantidades se exportaba a los pueblos limítrofes. Además de abundantes, eran muy sanos por la buena calidad del agua usada en los riegos, que se hacían mediante norias, filtradas y casi nunca contaminadas. Los animales que más se solían consumir frescos eran vacas, terneras, bueyes, corderos y cabras. Todos ellos eran sacrificados en el matadero público, ubicado en el Arrabal del Puente.
Se producía también gran cantidad de cereales como el trigo, el centeno, la cebada y el maíz. El más utilizado era el trigo por ser el que más se aprovechaba para la elaboración de pan. Este variaba mucho tanto en presentación como en calidad según para que clase social fuera a ser consumido. Había de 1ª y de 2ª clase, el primero se realizaba con harina de candeal, más blanda y con la que salía un pan más blanco, consumido por las clases media y acomodada. El segundo se fabricaba con harina de barbilla y era de un color más moreno, era el consumido por las clases sociales pobres y jornaleras. Estaba prohibido que los panaderos fabricasen el pan con harinas adulteradas para que este saliese más blanco. Según las ordenanzas municipales de la época las piezas de pan que se vendía en la ciudad podía ser de tres tamaños, 460, 920 y 1.840 gramos, que correspondían a la equivalencia de 1, 2 y 4 libras [3]. Todos los panaderos debían tener a la vista una balanza con las correspondientes pesas aferidas al peso establecido por la ley municipal, para que el peso del pan pudiese ser comprobado siempre que el comprador así lo exigiese. De vez en cuando podía haber inspecciones que revisasen si los panes a la venta guardaban las calidades y pesos correctos, y si algunos de los panes resultaban faltos de peso, eran decomisados y entregados a la beneficencia o a los pobres de la ciudad. Cada tahona debía marcar con su sello el pan que vendía.
Los labradores solían molturar ellos mismos sus propios trigos para hacer harinas que cernían en sus propias casas. En ellas elaboraban su pan para después cocerlo en unos hornos que existían para ello en Ciudad Rodrigo. Este pan, al igual que el de la clase pobre, era oscuro y menos presentable que el blanco de las clases más pudientes, pero más sano, pues contenía el máximo de principios nutritivos y más cantidad de gluten. Según el galeno este podía ser uno de los motivos por los que con solo sopas de pan, tocino y algunos garbanzos, sumado al aire fresco y a la continua exposición de los rayos de sol se criasen en la zona organismos sanos y vigorosos capaces de soportar sin enfermar la continua y ruda labor que exige el cultivo de estos campos de Castilla. Más adelante afirmaba Parece paradógico y hasta increíble que puedan sostenerse tanto tiempo sin comer, y que veamos aún niños sanos, coloradotes, que apenas comen al día más que un trozo, no muy grande, de pan duro con mocos, que el frío y sus desnudeces aumentan en no pequeña cantidad.
El señor Manzano habla, algo indignado, sobre una añeja costumbre, tan arraigada en Ciudad Rodrigo entre las clases bajas, de tomar una o más copas de aguardiente para matar la bicha. Aseguraba que eso y un poco de pan constituía, y da vergüenza decirlo, para muchas familias, un excelente desayuno dominguero, es decir, que a ser posible se tomaría a diario y que en fiestas o acontecimientos familiares nunca falta.
La dieta de las clases pudientes era más carnívoro, abundante en grasas e hidratos. Aunque parece ser que ya en esos años había una campaña de salud que predicaba las ventajas que tenía la ingesta de vegetales para una buena salud y una larga vida. Ello, había hecho que algunas familias acomodadas de la ciudad comenzasen a incluir entre sus comidas un plato a base de verdura, ya que antes ni la probaban.
[1] SÁNCHEZ MANZANO, Marcelo: Datos para la geografía médica de Ciudad Rodrigo, 1920.
[2] La Iberia, Núm. 32, 29 de noviembre de 1903.
[3] "Sección Novena. Panaderías". La Iberia, Núm. 40, 24 de enero de 1904.
[3] "Sección Novena. Panaderías". La Iberia, Núm. 40, 24 de enero de 1904.
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