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¿Cómo se vivía en Ciudad Rodrigo hace 100 años? Parte II: Viviendas y servicios públicos

El artículo anterior de esta serie se centró en como eran los mirobrigenses de hace 100 años, este lo hará en como eran las casas de sus habitantes y algunos en servicios en ese tiempo. 

Ciudad Rodrigo contaba en esa época con un censo de 8.824 habitantes  y la ciudad se dividía en tres distritos, el recinto amurallado, el populoso Arrabal de San Francisco y el del Puente. La muralla en esa época contaba únicamente con cuatro puertas abiertas: la del Conde, de la Colada, de Santiago y del Sol. 

Su término municipal, de perímetro bastante grande, era limitado por la parte de Oriente por los distritos de Tenebrón y Zamarra, por este lado hacían de raya divisoria las dehesas de San Romanito, Ravida, San Miguel, Soto, Valle, Macarro y Manco. Por la parte Sur limitaba La Encina y Pastores, haciendo de rayas divisorias los términos de las dehesas de Porrilla, Valdespino de Abajo, Campanilla, Casablanca y Fresno. Por la parte Norte los distritos de Castillejo Martín Viejo y Sahelices el Chico, cuya raya divisoria la hacían las sierras llamadas de Campanero o Camaces y los de las dehesas de Matahijos e Ivanrey. Por la parte de occidente con el término municipal de Carpio de Azaba, siendo la línea divisoria la dehesa de Conejera. Contaba además con los agregados Bocacara y Pedrotoro.

Contaba también con varios caseríos como: Serranos, que tenía 14 dehesas y casas de labor;  San Giraldo, que comprendía las huertas de ese nombre y siete u ocho casas de labor; Valdecarpinteros, con cinco casas de labor y 15 o 20 viviendas que reunidas constituían un pueblo agregado a Ciudad Rodrigo; Pedrotoro, con 9 casas ubicadas en dehesas de labor y varias formando un pequeño núcleo de población;  Cantarranas que contaba con varias huertas, además de nueve o diez casas de campo; y por último, el barrio de La Caridad comprendido por los molinos de la Caridad y las huertas de Brocheros Valhondo, Puentecilla, Garavis y del Piojo; además de las huertas llamadas de los Cañitos y la Aceña de Barragán y las dehesas de Valdecarros, Tejar y Polvorines. 

Del gobierno y la administración de la ciudad se hacía a cargo del Alcalde Constitucional, cuyo nombramiento suele hacerse de R.O. (entre uno de los Concejales que constituyen el Concejo), tres tenientes de Alcalde, siete Alcaldes de Barrio, el Ayuntamiento y una Junta Administrativa [1]. El médico señor Manzano, a pesar de afirmar que para el buen gobierno del término municipal estaban en vigor una Ordenanzas Municipales muy completas donde se hallaban reglamentados la mayoría de asuntos como policía y urbanización, se quejaba, al igual que lo hacían algunos semanarios de la época, de que al parecer, la mayoría de sus artículos eran letra muerta para el vecindario. 

La mayoría de las calles de la ciudad estaban engorronadas, aunque algunas, las menos, contaban con aceras para mejorar el tránsito de peatones. Al parecer eran numerosas las torceduras y deformidades de pies debido a lo movedizos que resultaban los gorrones. El galeno describe las calles como tan irregulares que no ofrecen forma geométrica de ninguna clase; las hay que se dirigen a Norte a Sur, y otras en dirección diferente, sin obedecer ni a la higiene ni a la estética. Se hallan emplazadas como obedeciendo más bien a condiciones y exigencias de la guerra, procurando aprovechar el mayor terreno posible del recinto murado; pues como Ciudad Rodrigo aún conserva su carácter militar de Plaza Fuerte, las construcciones de la mayoría de viviendas se han verificado bajo estas bases. Así dentro del recinto murado, la escasez de terreno ha motivado el edificar las construcciones de las viviendas en tal forma, que la mayoría de las calles resultan estrechas, sin luz, tortuosas, y existen pocas plazuelas que son como los pulmones de las poblaciones.  Hay calles, como la de Madrid, que es una de las principales arterias de la población, tan estrechas, que en algunos sitios pueden los vecinos darse la mano de balcón a balcón; y en otras (también céntricas como la del Toro) ni aún en pleno día entra el sol. Todas las casas, o la inmensa mayoría, constan de dos o tres pisos cuando más. En algunas - las menos - están dispuestas sus habitaciones en tal forma, que carecen de la capacidad suficiente para alojar el volumen de aire necesario para la respiración de los distintos individuos que en ellas habitan. 

Pocas son las que tienen jardín, paredes estucadas y retretes en debidas condiciones de higiene. La mayoría de ellas resultan lóbregas; sus habitaciones interiores muy oscuras y poco ventiladas. En las callejuelas adyacentes a las principales rúas hay muchas muy bajas de techos, de un solo piso o dos, y a más de ser húmedas, muchas tienen las cuadras en las mismas habitaciones de la planta baja habitadas en unión de gallinas, cerdos y otros animales domésticos. Según las ordenanzas municipales, aunque ahora sabemos que no eran respetadas, estaba prohibido que los vecinos tuviesen más de un cerdo dentro de sus casas en el recinto de la población [2]Todas tienen de anchura menos del tipo fijado por la higiene en relación con sus altura para que tuvieran suficiente ventilación y las bañara bien el sol, pues las más anchas tienen de cuatro a cinco metros de fachadas a fachada y las restantes mucho menos de esa cifra. 

Esquina de la Calle Cardenal Pacheco. Foto: Pazos


Las calles están alumbradas por focos eléctricos de escasa potencia luminosa y muy separados en algunos sitios. Desde hace poco tiempo a esta parte se han construido viviendas algo más higiénicas. Gracias a la prensa de la época podemos saber que, sobre todo en las noches de invierno, esos focos eléctricos fallaban con demasiada frecuencia [3]

El doctor prosigue: Si esto ocurre en la ciudad murada ¿qué no ocurrirá extramuros donde no reside el núcleo oficial, y en general, no son tan distinguidos, por ser menos pudientes, sus habitantes?... Así vemos que en sus dos arrabales, donde salvo raras excepciones, reside la clase media, algunos profesionales, agricultores, jornaleros y mendigos, se vive en habitaciones de casas que son de peores condiciones que las de intramuros. En estos barrios del arrabal son las calles mal alineadas, y contadas las que, como la de la Cortina, Laguna, Peramato, Santa Clara y Lorenza Iglesias, tienen casas de dos pisos, formando rúas anchas bien orientadas, algunas hasta con arbolado en medio y otras con paseos en el frente en donde el sol y el aire, purificado por la vegetación, suple en parte las deficiencias higiénicas de techos bajos y huecos pequeños por aquello de que "donde entra mucho aire y mucho sol no entra el Doctor".

En cambio, en las restantes calles, lo mismo del populoso arrabal de San Francisco que en el del Puente, solo se encuentran casas pequeñas, muy bajas de techo, de un solo piso la mayoría, con ventanas en miniatura, por donde apenas puede entrarles un rayo de sol; verdaderas chozas en que la insalubridad ciudadana tiene su mejor guarida. Causa pena verlos habitar estar inmundas guaridas, y allí moran seres humanos que viven en unión de los animales domésticos, y que familiarmente se albergan bajo el mismo techo. 

En los arrabales son pocas las casas que tengan waters-clots, algunas tienen retretes, ninguna cuarto de baño; y, en cambio, suelen tener casi todas unos vertederos, a la misma entrada, en el portal, por donde arrojan las aguas sucias y materias fecales, en comunicación con la alcantarilla general; casi siempre al descubierto, constituyendo una verdadera válvula de escape, para los efluvios mefíticos que constantemente se derivan de aquella. En general, podemos decir, clasificando bajo este punto de vista las casas de toda la urbe, que son poco higiénicas la mayoría de las de la Ciudad; algo más higienizadas - por lo medios naturales - (aire y sol) algunas del arrabal de San Francisco, y otras muy antihigiénicas, como son la mayoría de las de los barrios de San Andrés, San Francisco y Puente, y en la Ciudad, el barrio de Santiago y Puerta del Sol que carecen de alcantarillado. 

Cabe mencionar que el alcantarillado de Ciudad Rodrigo en esa época era muy deficiente, por no decir prácticamente inexistente. La mayoría del núcleo urbano carecía de alcantarillas y las pocas que existían desembocaban a campo abierto, en el campo o en los fosos. Había algunas que lo hacían en las proximidades del río o junto a los regatos que existían en el Caño del Moro y la Puerta de San Pelayo. Esto en cuanto al alcantarillado de la ciudad amurallada, ya que las del Arrabal de San Francisco desembocaban unas frente al paseo llamado de las Madroñeras, que formando un arroyo de aguas residuales pasaban por detrás del cuartel de la guardia civil hasta desembocar en el regato de la Fuente de las Tripas y otra boca de desagüe lo hacía algo más arriba de la Puentecilla de San Francisco, junto al regato que pasaba bajo la carretera que conducía a la estación. El Arrabal del Puente ni siquiera contaba con alcantarillado. Hay que añadir que los retretes que existían en las casas, a pesar de que muchas no contaban con agua corriente, vertían sus restos a las cloacas de la red general, es decir, era un sistema de todo a la alcantarilla. Parece ser que en aquel tiempo ya existían ciudades que eliminaban las excretas de sus habitantes por depuración biológica artificial en depósitos. Sin embargo, este no era el caso de Ciudad Rodrigo. 

Según el artículo 335 las ordenanzas municipales, los dueños de las casas por cuyas calles pasaba el escaso alcantarillado público tenían la obligación de tenerlas provistas de escusados y cañerías cubiertas para dar fácil salida a todas las inmundicias, así como a las aguas sucias y sobrantes de los usos domésticos [4]. En las calles donde se carecía de alcantarillado, sus habitantes, forzosamente han de recoger en recipientes adecuados las inmundicias y aguas sucias, procedentes de los usos domésticos que irán a depositar a los vertederos públicos en las horas y forma que está previsto. Aunque una vez más, las ordenanzas no se cumplían. A continuación se muestra un cuadro en el que aparecen los barrios y calles que carecían de alcantarillado y el número de casas que aproximadamente tenían retretes que vertían las aguas a las cloacas generales





El abastecimiento de agua para la bebida se hacía del agua del venero que fluía en la Aceñuela, conocido ese sitio antiguamente como Fuente del Caro Cuesta, que era propiedad del Ayuntamiento. Este poseía también, a 9 km. de la ciudad, un pequeño terreno en el que se hallaban unos depósitos de agua construidos de piedra y mampostería. Desde ellos arrancaba una tubería subterránea de hierro fundido que conducía el agua hasta la población. Anteriormente esta tubería había sido de barro cocido y en algunos sitios se asentaba sobre unos paredones que a finales del siglo XIX y principios del XX ya se hallaban en ruinas [5]. La tubería conducía el agua hasta las fuentes y cañerías, donde era recogida por los vecinos para su consumo. Parece ser que aunque la calidad del agua de este manantial era óptima, no lo era tanto el sistema de canalización, pues no estaba impermeabilizado. Esta canalización de agua potable se encontraba al mismo nivel e incluso en algunas zonas más bajo que las alcantarillas antes mencionadas. Además, por encima de la conducción de aguas o en sitios inmediatos a la tubería, había depósitos de basuras e inmundicias y cuando llovía se podían provocar filtraciones y por absorción pasar a la tubería impurificando el agua. El doctor Manzano aseguraba que eran común en la ciudad, sobre todo en época de lluvias, las fiebres eberthianas, colibacilares y fiebres gástricas. Enfermedades que al parecer reinaban endémicamente en Ciudad Rodrigo en esa época.  

Pocos eran los afortunados que contaban con agua corriente en casa. Este servicio se reducía a ser el agua conducida por tuberías de plomo hasta grifos, algunos abiertos permanentemente, desaguaderos o lavaderos ubicados en el interior de las casas. No existían contadores, por lo que tras pagar una cantidad anual por dicho servicio, se podía hacer un consumo indiscriminado del agua. Este servicio era regulado por el Ayuntamiento a través de un reglamento de Aguas, fechado el 20 de noviembre de 1902. Sin embargo, la mayoría de vecinos se abastecían gracias a los grifos y fuentes que había ubicados en la mayoría de barrios. El señor Manzano se queja de la desaparición de una fuente: Muy artística que... constituía un foco de paludismo!!! y por este absurdo pretexto se arrinconó, quizá para no volverla a  ver, a pesar de haber costado unos miles de pesetas. Una fuente tan útil como artística. 

Caño, hoy desaparecido en la Puerta de Santiago. Foto: Chencho Martínez

En los alrededores de Ciudad Rodrigo también existían caños de aguas potables, como el llamado Caño del Obispo, al que parece ser se le atribuían a sus aguas virtudes diuréticas; el Caño del Moro, el de San Francisco y el del Boticario, con propiedades curativas aunque en ese tiempo ya solo habían dejado una pequeña fuentecilla, allí donde antes había una gran pradera con arbolado que ha desaparecido casi por completo... La fuente de las Tripas y la de Corlecilla, que parece ser se encontraban también en un lamentable abandono. 

El médico mirobrigense se quejaba también de la costumbre que se tenía de dedicar en las casas las mejores  y más amplias habitaciones como salones para recibir a los invitados, en lugar de habitarlas a diario, por temor a que se ensuciasen. Esto hacía que las casas fuesen aún más incómodas y menos higiénicas, ya que dormían en las habitaciones más pequeñas y de peor ventilación, llamadas alcobas. Otras de estas costumbres de las que el señor Manzano se quejaba por poco higiénicas, era la de adornar mucho las habitaciones con colgaduras y mil baratijas, depósito seguro de polvo y nido de microbios; el alfombrado y esterado de las mismas que tampoco recomienda la higiene doméstica; [...] el barrido y limpieza dentro de las casas, que se hace, aún en muchas con escobas fuertes, regando muy poco, con lo cual se levanta mucho polvo, que en vez de recogerse, se sacude a viva fuerza por medio de trapos "zorros" para que se esparza, se difunda más y se aspire mejor. El empapelado, la calefacción por los braseros y la costumbre africana de sacudir alfombras y ruedos a la vía pública, cuando más transeúntes pasan, aún existen en esta ciudad. 




 [1] SÁNCHEZ MANZANO, Marcelo: Datos para la geografía médica de Ciudad Rodrigo, 1920, Imprenta de Vicente Cuadrado, Ciudad Rodrigo. 
 [2] "Sección Cuarta. Animales e insalubres". La Iberia, Núm. 38, 10 de enero de 1904.
 [3] Miróbriga, Núm. 88, 1 de diciembre de 1923, pág. 4.
 [4] "Sección Décima Tercia. Higiene en las habitaciones". La Iberia, Núm. 43, 14 de febrero de 1904.
 [5] Conocido como Acueducto de Ciudad Rodrigo, del que quedan muy pocos vestigios. 




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