Se continúa con la tercera parte de la serie ¿Cómo se vivía en Ciudad Rodrigo hace 100 años? Este artículo se centrará en intentar mostrar la industria y comercio de Ciudad Rodrigo en esa época.
No existía en Ciudad Rodrigo una plaza de Abastos en la que se vendiesen todos los productos básicos, por lo que cada mercancía tenía su propio lugar destinado para su venta. La carne se había vendido hasta hacía muy poco tiempo en unas casetas de madera que existían en el antes llamado Campo del Barro. En ellas, según el doctor Manzano: En pésimas condiciones de ventilación y limpieza se vendían las carnes que habían sido sacrificadas en el matadero. El médico mirobrigense se alegraba de que ya habían desaparecido tales casetas antiestéticas y antihigiénicas y se ponía para la venta la carne en la planta baja de locales de casas particulares [1]. Para ser carnicero había que inscribirse en el registro correspondiente y hacer una declaración ante la alcaldía. Hasta hacía pocos años había sido obligatorio vender la carne en las recién desaparecidas casetas [2]. Sin embargo, anteriormente las carnicerías públicas habían estado ubicadas en la Plaza Mayor, cerca del ayuntamiento.
Existía desde hacía unos 10 años un local, destinado al sacrificio de reses para el consumo público, situado en el Arrabal del Puente. Se componía de tres amplias naves, una en el centro y dos laterales, todas contaban con altos techos y grandes ventanas que dotaban a este matadero de bastante luz y ventilación para la época. La nave central, cuyo piso era de cemento, tenía la suficiente inclinación para que todas las aguas sucias y los desperdicios se vertiesen a un sumidero que había en el centro. Estos residuos desembocaban en un regato llamado del Cachón, lo que provocaba malos olores a los vecinos en épocas de sequía. Esta nave era la destinada a la matanza, desollado y oreo de las reses más grandes, es decir, las vacunas. La nave de la izquierda, comunicada a la central por una gran puerta, se destinaba al sacrificio de las reses menores, o sea las de ganado cabrío y lanar y la tercera nave, se usaba como peladero y lavado de intestinos. En ella había grandes fogones y chimeneas para hacer lumbre y calentar agua, la cual había en abundancia, pues contaba con grifos de libre corriente y grandes cubas que se usaban como depósito. Adosados a este edificio había grandes corrales y cuadras para encerradero de las reses.
En este matadero parece que sí se seguían garantías de salubridad e higiene impuestas en aquel momento. Aunque según el galeno, una vez que la carne salía del matadero para llegar a los puestos de venta, los métodos usados dejaban ya mucho que desear en cuanto a higiene se refiere. Basta presenciar el arrastre a las expendidurías de las carnes y desperdicios aprovechables para ver que se hace en condiciones muy deficientes de limpieza e higiene; En la venta tampoco se las coloca a cubierto de contaminaciones de moscas e insectos. Son letra muerta los preceptos de higiene.
En la llamada de Béjar, actualmente del Buen Alcalde, los martes, se ponían a la venta una serie de mercancías heterogéneas como alubias, garbanzos, quesos, pescados, carnes de cerdo, frutas, zapatos de Villavieja y paños de Torrejoncillo. La concesión de este mercado franco fue hecha por Real carta de los Reyes Católicos, fechada en Valladolid en 31 de agosto de 1435 y confirmada por el emperador Carlos V y los reyes Felipe II y Felipe III, por reales cédulas fechadas en Valladolid y Toledo en 21 de diciembre de 1535, 3 de mayo de 1570 y 11 de julio de 1630 respectivamente, obrando los originales en el archivo municipal [3]. Al parecer en este mercado solía haber revendedores que acudían a comprar antes de la hora marcada en las ordenanzas municipales, lo que solía provocar un gran perjuicio para el público [4]. Existían dos tipos de revendedores, los que no eran considerados perjudiciales, que compraban los restos de los productos sobrantes a muy buen precio para después revenderlos a un precio superior pero asequible y los que acudían a comprar a primera hora, e incluso esperaban a los vendedores en los caminos, acaparando los productos con el fin de revenderlos más caros en el mismo mercado [5].
En la cercana plaza del Conde, también los martes, se ponían hacinadas sobre el suelo las hortalizas de venta al por menor. Estas eran vendidas al por mayor el resto de días de la semana en la Plaza del Castillo. Esta plaza, junto a la de Béjar, era las más cómoda para realizar este tipo de mercados por contar con soportales cubiertos - hoy desaparecidos - donde podían resguardarse en caso de lluvia tanto los vendedores como las mercancías. Según las ordenanzas municipales, estaba prohibido que los vendedores pusieran en el fondo de las banastas frutas o legumbres de calidad inferior a las que se hallaban encima y a la vista [6], aunque se desconoce si esta, era o no una practica habitual.
Vista de la Plaza del Castillo cuando aún contaba con soportales |
La venta de aves y huevos, se realizaba al aire libre solo los martes, en la Plaza del Barro. En ella las vendedoras, en su mayoría mujeres, aguantaban de pie firme durante las horas que duraba el mercado, mientras ofrecían sus productos en cestos y otros artefactos. La venta de leche, a pesar de contar con un punto fijo de venta en la Plaza Mayor, solía hacerse a domicilio todas las mañanas durante las primeras horas. Al mencionado puesto, más que los propios vecinos, solían acudir los repartidores a domicilio para surtirse de mercancía. El señor Manzano se quejaba de la escasa vigilancia en la inspección que se hacía de todos los productos alimenticios, fiándose de la buena fé de los expendedores, así como en la calidad y buen estado de conservación de todas las sustancia alimenticias, que se ponen a la venta.
Eran muy importantes en Ciudad Rodrigo los mercados de ganados. En aquel tiempo existían cuatro grandes ferias anuales y dos mensuales. Las cuatro ferias que se celebraban anualmente eran: La de Botijeros, que daba comienzo el jueves de la segunda semana de Cuaresma y terminaba el domingo de la misma [7]; la segunda del año se llevaba a cabo los días 26, 27 y 28 de mayo; la tercera el 21, 22 y 23 de agosto y la última, llamada de San Andrés, que comenzaba el 30 de noviembre y concluía el 2 de diciembre.
Mercado de ganado en el Campo de los Bueyes. Foto: Corrales |
Los dos mercados de ganado mensuales coincidían con los primeros y terceros martes de cada mes. Los sitios señalados para la celebración de estos mercados eran: Para el ganado vacuno, el llamado Campo de los Bueyes; para el caballar, mular y asnal, en la parte situada desde las desaparecidas Escuelas Graduadas, esquina del parque de la Glorieta, junto a un establecimiento informático que existe en la actualidad, hasta la puerta de la Florida; el mercado de granos al por mayor en el conocido como Campo del Trigo, así como el de la loza; y el de cerdos en el Campo de la Florida. Según las ordenanzas municipales los sitios de los puestos se marcaban por orden de llegada al mercado.
Mercado en el Campo de los Cerdos, junto al parque de la Florida. Foto de Roger Viollet. |
La industria en Ciudad Rodrigo era escasa, vivía eminentemente de la agricultura y su comercio se sostenía de forma principal gracias a la concurrencia de los habitantes de poblaciones limítrofes. En esa época existían dos fábricas de abonos químicos, aunque de escasa producción, fábricas de teja, baldosa y ladrillo que era elaborado principalmente a mano, trabajado al aire libre, previo amasado del barro por el pisado o pateado de caballerías. También existían fábricas de gaseosas, chocolates, confiterías y panaderías, una de estas últimas contaba ya con un pequeño motor eléctrico y amasadora mecánica.
La ciudad contaba con varios talleres de construcción y reparación de carruajes, especialmente destinados a la labor, una fábrica de curtidos de toda clase de pieles, industria que había tenido tiempo atrás gran auge en el barrio conocido como las Tenerías. Existían también dos sierras mecánicas, imprentas, librerías y encuadernaciones, alfarerías, donde con barro del país se fabricaban muchos útiles de cocina que prestan muy buen servicio y son muy económicos, aún cuando ahora, con el uso de la porcelana, está muy decaída esta industria local, que sostenía antes, muy decorosamente, con el rendimiento de su trabajo, a varias familias de esta ciudad.
A orillas del Águeda, había dos fábricas de harinas que se dedican a la molturación de granos. En ellas existían varios motores a dinamos productores de energía eléctrica. Una Central dedicada exclusivamente a facilitar el fluido eléctrico que constituye el alumbrado único de esta Ciudad y otros pueblos limítrofes, cuando falta, por estiaje, el producido en la otra central principal motivada por un salto de agua.
Una industria que parece ser en esa época iba tomando bastante desarrollo en Ciudad Rodrigo era la dedicada a la confección y venta de alpargatas. De ella existían varios establecimientos en la ciudad. Según el señor Manzano eran muchísimos los jóvenes, de ambos sexos, que sostenían a sus familias con el jornal ganado por esta industria, que se hallaba muy en auge. Estos jóvenes realizaban los trabajos tanto en el taller como en sus propias casas y eran muchos los miles de pares de alpargatas que aquí se fabricaban, llegándose a exportar en su mayor parte. Esta industria parece ser que era la única que durante el invierno llevaba el pan a muchos hogares mirobrigenses. El galeno afirma que este trabajo era algo duro para la mujer, quien por trabajar a destajo y precisamente en las épocas de su desarrollo [...] se recluían en habitaciones mal ventiladas, reciben y respiran un aire viciado e impregnado de filamentos y partículas de cáñamo y durante todo un día permanecen sentadas haciendo esfuerzos con sus piernas y brazos, hallándose en general mal alimentadas se exponen a padecer o contraer afecciones del aparato respiratorio, trastornos del genital y alteraciones de la sangre: como anemias y otras de diversa índole.
Una de las muchas fabricas de alpargatas que hubo en Ciudad Rodrigo, ubicada en la Plaza Mayor, hoy Bar el Sanatorio |
También existían fabricas de cencerros o campanicos, quizá únicas en su genero, en ellas, por medio de procedimientos antiquísimos se fundían metales para la confección de esquilones o cencerros para los ganados. La ciudad exportaba a los pueblos limítrofes: cereales, patatas y garbanzos, carbones de brezo y encina, caza, aves domésticas, algunos embutidos y legumbres.
[1] SÁNCHEZ MANZANO, Marcelo: Datos para la geografía médica de Ciudad Rodrigo, 1920.
[2] La Iberia, Núm. 40, 24 de enero de 1904.
[2] La Iberia, Núm. 40, 24 de enero de 1904.
[3] "Sección Segunda. Lugares públicos de gran concurrencia. 1º Ferias, mercados y plazas". La Iberia, Núm. 28, 1 de Noviembre de 1903.
[4] La Iberia, Núm. 21, 13 de septiembre de 1903. Loc. cit. El martes último reinó muy buen orden en el mercado de la Plaza de Béjar, gracias al plausible celo del agente municipal Arturo Ramos, que no permitió a los revendedores, hacer la compra, antes de la hora marcada en las ordenanzas municipales, evitando así graves perjuicios al público.Merecen plácemes, tanto el inspector como el agente, por corregir abuso que hace tiempo se venía notando en el mercado, a pesar de que nosotros nada les decíamos en nuestros últimos números. Ya sabemos el procedimiento para lo sucesivo. No decirles nada, mientras hagan mucho.
[5] "Explotadores y explotados". La Iberia, Núm. 955, 20 de agosto de 1921.
[6] "Sección Sexta. Comestibles en general. Frutas y legumbres". La Iberia, Núm. 38, 10 de Enero de 1904.
[7] "Sección Segunda. Lugares públicos de gran concurrencia. 1º Ferias, mercados y plazas". La Iberia, Núm. 28, 1 de Noviembre de 1903.
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