Hace 100 años, fuera de la época del cólera-Morbo que invadió casi toda España llegando también a Ciudad Rodrigo, las epidemias posteriores fueron escasas. La mayoría debidas al sarampión, escarlatina, gripe, coqueluche [1], difteria, viruela y algunas conjuntivitis, aunque no llegaban a tomar arraigo en la ciudad. De todas ellas aún se registraban aunque de forma esporádica casos todos los años. La viruela, excepto en 1899 que ocasionó gran número de víctimas en Ciudad Rodrigo, había sido de menor importancia en sus apariciones posteriores por el poco número de atacados y de muertes. El tifus, que había causado terror por las muchas muertes en el pasado, en esta época resultaba ya menos dañino por conocerse más su forma de evitarlo.
Estas afecciones solían afectar más a las personas que residían en los barrios pobres, donde reinaba la miseria y escaseaba la higiene, barrios habitados por la clase jornalera y menesterosas. Pero se iba reduciendo gracias a que la gente menos culta iba adquiriendo más hábito de limpieza y llevaban con más rigor los consejos del médico en cuanto a desinfección y aislamiento de todo lo que haya estado en contacto de enfermos infecciosos [2].
La mayoría de los fallecimientos que tenían lugar en Ciudad Rodrigo hace 100 años eran provocados por afecciones de los aparatos respiratorio, circulatorio y digestivo. En muchas ocasiones ocurridas por enfermedades de naturaleza infecciosa; es decir, que denuncian un clima brusco, poca higiene, miseria y suciedad en grado superlativo. Parece ser que la miseria iba generalmente acompañada de poca higiene y unida a la ignorancia. Esto hacía que, junto al hacinamiento de los barrios humildes, los mirobrigenses más pobres, se cuidasen menos y las cifras de fallecimientos entre esta parte de la población fuesen bastante mayores en proporción a su número de miembros. Era mayor el número de fallecimientos en los meses de temperaturas extremas, que el doctor Manzano marcaba como marzo, enero, noviembre y septiembre.
La mortalidad infantil en esta época, al igual que en el resto de España, era elevada en Ciudad Rodrigo. Según el médico mirobrigense una de las principales causas de esta alta tasa de mortalidad en niños era en la mayoría de ocasiones debida a la incultura de los padres y a la negligencia y falta de cuidados. La alta mortalidad infantil se ve una vez más, afectada en mayor medida entre las clases más humildes. Al parecer era habitual que la madres jornaleras saliesen fuera de casa a sus quehaceres dejando a los bebés en la cuna al cuidado de las hijas más mayorcitas. Era costumbre que cuando algún bebé enfermada, ante la pregunta del médico: - ¿Se le ha dado algo de comer? - La progenitora respondiese - Sopas con aceite o tocino - y menos mal sino le había dado también un traguito de vino, como era habitual en muchas ocasiones. Decía el doctor Manzano que estaba esta costumbre tan arraigada en la ciudad que no existía lactante que no comiese al poco de nacer las mencionadas sopas. ¡Y cómo se las daban! Masticándolas primero la madre, para que las digiera mejor el hijo de sus entrañas y, colocándolo en su halda, tripa arriba, le hace ingerir, en su débil estómago hasta que por rebasamiento este protesta, todas las que tenga en el recipiente que para tal fin se le haya preparado.
Al parecer en cuanto a los vestidos y aseo personal que requiere un bebé se cometían en aquellos años verdaderas atrocidades. Según informaba el médico, aún existía en Ciudad Rodrigo entre algunas comadronas o asistentes a los partos, la dañina costumbre de apretar de forma exagerada la tierna cabeza del recién nacido y ponerle luego vendas para oprimirla cuando este nacía con la cabeza algo deforme debido a una prolongada permanencia de este en la hilera genital. En lugar de dejar que esta tomase su verdadera forma tan solo dejando trascurrir unas horas después del parto. El aseo de los niños también era escaso por esa época, aunque parece ser que muchas madres ya iban entrando en la costumbre de lavarlos y bañarlos a diario para evitar muchas infecciones al lactante.
Los vestidos de los bebés hace 100 años en Ciudad Rodrigo consistían aún a la antigua, existe la costumbre de liarlos en tres envolturas superpuestas y compuestas desde dentro hacia afuera - de pañal y dos envueltas - sujeto todo con una venda enrollada por debajo de los hombros en forma de ceñidor. Liados los bebés como si de cigarrillos se tratase, con lo que les dificultaban no solo los movimientos de las extremidades e incluso los respiratorios sino que impedían el correcto desarrollo del pecho. Por el contrario la clase alta, también seguramente por falta de conocimientos, perjudicaba a los niños por el exceso de cuidados. Por temor a los enfriamientos a estos niños no se les sacaba de casa y eran criados como si de plantas de estufa se tratase, por lo que no adquirían el desarrollo de resistencias orgánicas. Así el primer aire calado que reciben les regala una bronquitis.
El paludismo solía presentarse en Ciudad Rodrigo en cualquier época del año, siendo una de las enfermedades más comunes. Era provocada por la picadura de un mosquito que previamente había aspirado sangre de un enfermo palúdico. Estos insectos solían residir en zonas de agua estancada, picando en las horas crepusculares. Al parecer en esta zona la lucha para terminar con este insecto era nula, además, los ganaderos y labradores dormían con frecuencia al aire libre y en épocas de calor, lo hacían con poca ropa, costumbre que remataba el paludismo endémico en la zona.
Otra de las enfermedades más frecuentes en Ciudad Rodrigo era el carbunclo, trasmitida por algunas especies de animales como los bueyes, carneros, cabras, etc. Cuando estos animales morían, muchas veces de carbuncosis, su carne era igualmente aprovechada como alimento y otras ocasiones eran enterrados, previo desuello, pero a poca profundidad, pasando esta resistente bacteria a ras de suelo, en ocasiones por medio de las lombrices hasta la misma hierba, y al pastar otros animales eran inoculados por las heridas que tenían en la cavidad bucal. Estos sitios donde se enterraba sin incinerar los cadáveres de los animales carbunclosos eran llamados campos malditos. En muchas ocasiones la infección era provocada por la picadura del tábano y de la llamada mosca de los establos, que siendo como eran huéspedes seguros del carbunclo lo inoculaban con su picadura, en la mayor parte de ocasiones a ganaderos y gente del campo. En el mismo punto de la picadura aparecía una mancha roja, similar a la picadura de una pulga, que provocaba picor y bastante escozor, notándose en el centro una pequeña vesícula de un líquido seroso rojizo o morado. Todo lo que rodeaba la zona se hinchaba, brillaba y se enrojecía y al segundo o tercer día aparecía la fiebre de unos 40 grados, se secaba la lengua, que se volvía de color negruzco, acompañado de gran malestar, postración, delirio e incluso coma. La pulmonía era otra de las causas enfermedades más comunes en esa época en Ciudad Rodrigo, de nuevo más en clases trabajadoras, aunque había disminuido la mortalidad.
Los velatorios se llevaban a cabo en las casas, allí se velaba a los fallecidos antes de la inhumación. El reglamento prohibía que los cuerpos se enterrasen antes de que hubiesen pasado al menos 24 horas del fallecimiento. Era costumbre en aquella época en la ciudad dejar los cadáveres en las puertas de los templos para que la gente les rezase las oraciones acostumbradas. Por peligro para la salud pública, esta costumbre no era permitida en épocas de epidemias o si el cuerpo presentaba descomposición [3].
Existían dos cementerios católicos en la ciudad, ambos habían sido construidos con fondos municipales y cuidados y guardados por el Ayuntamiento. Estaban separados únicamente por un paredón medianero. Uno era más antiguo, y el otro anejo de construcción más moderna. Al parecer debido a la alta tasa de mortalidad de la ciudad y al gran número de cuerpos que se enterraban cada año, se hizo necesaria la construcción del segundo cementerio, pues se temía que el anterior, se viese incapaz de contener el alto número de cuerpos que se inhumaban cada año. Los nichos solamente existían en el más antiguo, previa maniobra de añadir a los cadáveres cal apagada. Desde hacía aproximadamente dos años existía un depósito de cadáveres que también se habilitaba para las autopsias judiciales. Parece que el mencionado depósito resultaba una pieza inmunda, mal ventilada y que desde luego no sirve para ninguno de los dos [usos] para los que se le destina, por no reunir condiciones de ninguna clase. Existía también una capilla para el culto y en un pequeño local contiguo al cementerio nuevo se halla el cementerio civil. Las personas que no profesaban la fe católica o no habían sido bautizadas eran enterradas en el cementerio civil, lo que conllevaba unas connotaciones negativas en una época en la que la mayor parte de la sociedad estaba muy ligada a la fe católica. El reglamento municipal prohibía entrar a los cementerios a caballo o en carruaje y no estaban permitidos los corrillos ni reuniones. La normativa era, exceptuando los preceptos relacionados con la fe católica, aplicables tanto para los cementerios religiosos como para el civil [4].
[1] El coqueluche o una tos convulsiva era una enfermedad infecciosa aguada sumamente contagiosa de las vías respiratorias causada por una bacteria.
[2] SÁNCHEZ MANZANO, Marcelo: Datos para la geografía médica de Ciudad Rodrigo, 1920.
[3] "Sección Cuarta. Cementerios. Disposiciones generales". La Iberia, Núm. 31, 22 de noviembre de 1903.
[4] Ibídem.
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