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¿Cómo se vivía en Ciudad Rodrigo hace 100 años? Parte IV: El ocio

La ciudad había contado hasta hacía poco tiempo con dos teatros, pero la noche del 20 de marzo de 1914, el más antiguo llamado Teatro Principal, fue devorado por la acción devastadora del fuego. Según el doctor Manzano, era este el más feo, antihigiénico y lóbrego de los dos, ya que el otro, más moderno, era muy bonito y capaz de satisfacer el gusto y los placeres líricos sin prejuicio para la salud [1]. Era  de reciente construcción y se hallaba en el centro de la ciudad, en el edificio que en la actualidad se ubica la Casa Social Aldea. Acogía en un solo edificio los locales destinados a café público, casino y teatro. Este último de dos pisos y planta baja en forma de herradura, muy espacioso, de techos altos con una claraboya central. El escenario era amplio, con el techo muy alto. Todas sus localidades estaban muy bien distribuidas, en la parte lateral contaba con una fila de plateas que arrancaban desde el escenario hasta la puerta de entrada al patio de butacas formando dos semicírculos. Encima se encontraban los palcos y en el último piso, frente al escenario, el anfiteatro, que era la localidad menos cómoda, conocida a nivel popular como la cazuela. 

Este teatro contaba con ventilación suficiente aunque se encontrase completo, pues tenía muchas ventanas y gran número de puertas y pasillos. Contaba con retretes, así como puertas que permitían un rápido desalojo. El alumbrado era eléctrico y disponía de dos bocas de riego con sus correspondientes mangas que, durante los espectáculos, eran custodiadas por dos bomberos voluntarios de la ciudad. Según varios documentos, estaba lujosamente decorado para lo que solían ser este tipo de edificios en esa época. Desconocía el doctor Manzano que este teatro sería también pasto de las llamas años más tarde. Concretamente el martes de carnaval de 1954. 

Mirobrigenses y forasteros intentando apagar el incendio en 1954

Hace cien años existían en Ciudad Rodrigo cinco cafés, dos de ellos enclavados en el interior del recinto amurallado y los otros tres en el Arrabal de San Francisco. A excepción de uno o dos, todos eran de reciente construcción y habían sido levantados expresamente para destinarlos a tal fin. Tenían capacidad para albergar a gran número de personas, de hecho el médico mirobrigense opinaba que resultaban demasiados en relación con el número de habitantes que en ese momento tenía la ciudad, 8.824 según el censo. Solo se llenaban los días de grandes fiestas y algunos domingos, resultando el resto de días demasiado especiosos para el número de concurrentes que los ocupaban a diario. 

Parece ser que estos establecimientos no tenían la higiene adecuada según el galeno, que afirmaba que la mayoría, por no decir todos, carecen de escupideras, ventiladores y no se baldea con líquidos antisépticos de vez en cuando. Las escupideras eran recipientes que se situaban a lo largo de las barras de los cafés y tabernas con el fin de que los clientes escupiesen en su interior en lugar de en el suelo, no era extraño que en las tabernas fuesen utilizadas también para orinar y así no perder su sitio en la barra. Según el reglamento municipal los cafés debían cerrar como muy tarde a las 11 de la noche desde el 1 de octubre hasta el 31 de mayo y el resto del año a las 12 [2]

Café y fonda El Salmantino, en la calle Madrid. Foto Pazos

Lo que abundaba más en Ciudad Rodrigo eran las tabernas, contaba con tan crecido número de ellas que según el doctor Manzano le había resultado imposible contabilizarlas. Según él, el número era desproporcionado para el censo de la población y el consumo de vino que se hacía en ellas enorme, así como el número de alcohólicos que había. El ambiente en ellas debía estar cargado, pues eran pequeñas y estaban mal ventiladas y al ser concurridas, los clientes, en su mayoría jornaleros y trabajadores, se hacinaban en ellas. El médico afirma que en Ciudad Rodrigo en esa época existía la creencia entre estos hombres que con vino y poca comida asegura su alimentación. Asegurando que llegaban a escandalizarse y hasta a ridiculizar a quien les decía que era mejor tomar leche que beber vino. Al parecer el alcoholismo era habitual, sobre todo entre algunos estratos de la población. Esto podría ser la causa, según el galeno, del tan crecido número de locuras o psicopatías padecidas en la ciudad, llegando a afirmar que según una estadística reciente, el Hospital de dementes provincial aparecía Ciudad Rodrigo y su partido con la cifra máxima entre los allí asilados. 

Según el artículo 13 del reglamento municipal, el horario de cierre de las tabernas y billares era, desde el 1 de octubre al 31 de mayo, hasta las 10 de la noche y el resto del año a las 11, pasadas esas horas no podía permanecer en su interior más que la familia del propietario o quien viviese con ellos [3]. Aunque, al parecer, no siempre se respetaba esta norma, como la de estar prohibido que en su interior se llevasen a cabo toda clase de juegos de envite o azar. Los artículos 16 y 17, que parecer ser no siempre  eran respetados, al menos el primero, prohibían expender bebidas falsificadas, adulteradas o mezcladas con sustancias nocivas o malsanas y servirlas en vasijas de cobre, plomo y zinc. Estaba prohibido también que los mostradores o mesas de las tabernas estuviesen forrados de plomo u otro metal oxidable por el vino o los licores, ni pintados ni barnizados, si estos eran de madera, debiendo procurarse sean siempre en lo posible de estaño, mármol o piedra maciza de cualquier clase. 


Tabernilla en la calle Madrid, antes llamada de la Tabernilla del Vino Blanco.

Una de las principales diversiones de los jóvenes mirobrigenses de esa época eran los bailes, a los que eran muy aficionados. Para poder abrir un local de baile, era necesario que la persona solicitase el pertinente permiso a las autoridades locales. Este permiso, se concedía en vista de los antecedentes de la persona que lo pida, relativos a su buena conducta moral y su amor al orden [4]Una vez concedido era unipersonal e intransferible y debía renovarse cada año. Estaba prohibido salvo los días de San Sebastián y Carnaval que se acudiese a los bailes con máscara o antifaz, así como acceder a ellos con bastón, palos, espuelas o armas de ninguna clase. En ese momento existían tres o cuatro salones destinados exclusivamente a esta actividad y eran muy concurridos durante las tardes y noches de los domingos y demás días de fiesta. 

El señor Manzano afirmaba que excepto uno o dos locales, el resto contaban con techos bajos y que era tal el número de jóvenes que acudía a ellos que en muchas ocasiones resultaban insuficientes. Debido a este gran número de personas que se hacinaban en su interior y a la insuficiente ventilación con la que contaban, la atmósfera en dichos locales es hedionda, fétida, con olor a veneno humano y suele hallarse a veces tan saturada, que hasta en sus paredes se condensa el vapor acuoso y forma correderos que muy gráficamente suelen expresar los jóvenes, cuando comentando esto al verse tan sofocados dicen "que hasta las paredes sudan". En tales condiciones cuando termina el espectáculo o aún antes, solían salir rápidamente a la calles sin tomar precauciones de ninguna clase, con lo que se exponían a las consecuencias de estos enfriamientos bruscos. Parece ser que debido al hacinamiento de personas en estos bailes, así como a los cambios de temperatura y a las enfermedades que en esa época campaban por la ciudad, se ayudaba a la propagación de algunas enfermedades entre la juventud mirobrigense, que iban desde la simple afonía hasta la tuberculosis, pulmonías, etc. 

No existían en esta época casas de prostitución oficiales en la ciudad, al menos no de forma reconocida. Sin embargo, el médico afirmaba que, este, junto al alcoholismo era otro de los vicios de los mirobrigenses de aquel tiempo. Al parecer, ya se debatía entonces sobre legislar el lenocinio o no, ya que hacerlo desaparecer resultaba imposible. Si parece que existían bastantes prostitutas volanderas o clandestinas, además de un crecido número de celestinos y celestinas que, con miras egoístas, son los mayores propagadores de este vicio social. 

Otra de las costumbres en los ratos de ocio eran los paseos. Existían varios parques que aunque modificados, aún permanecen para los paseos: el parque de la Florida, para los paseos de verano gracias a sus sombras y el de La Glorieta, más usado durante el invierno por ser más soleado. Parece ser que ambos parques habían vivido ya tiempos mejores, aunque según el doctor Manzano, en el de la Florida aún existen hermosos y abundantes ejemplares de árboles, arbustos y plantas que en su día causaban admiración al forastero. Al paseo de la muralla también acudían numerosos mirobrigenses sobre todo en invierno o en las noches de verano.  Otro de los lugares habituales para esta practica era el llamado paseo de los Tilos, ubicado a la entrada de la Florida, junto a la cañería grande y al negrillo que hasta hace poco existió, conocido por todos los mirobrigenses como Árbol Gordo. En este lugar aún se celebraba el día de San Pedro - 29 de junio - el mercado de obreros. A su sombra acudían los mozos y esperaban de forma paciente hasta ser contratados para emplearse en las faenas de la recolección.  Esta practica fue prohibida en 1938, ya que en ese momento además de estar prohibida y perseguida la libre contratación de obreros, se había creado la Oficina de Colocación Obrera para que fuese allí donde acudieran quienes buscaban trabajo [5]

Según las crónicas de varios coetáneos se puede saber que en la temporada invernal era habitual hacer los paseos por la Alameda, a orillas del río Águeda, llamado anteriormente Agada, que quiere decir Ágata. Eran frecuentes sus riadas, debido a la cantidad de aguas de lluvia que recoge y causaban grandes destrozos. Estas crecidas sembraban el pánico entre los habitantes del Arrabal del Puente que parece ser que aún lloraban la última, sufrida en diciembre de 1909. No ocurrió ese año una verdadera hecatombe por las pérdidas gracias a la enorme caridad y solidaridad de los habitantes de Ciudad Rodrigo con sus vecinos del arrabal. Tras esta crecida se había construido un muro de contención que, según el médico, ofrecía algo más de protección a los vecinos. Por debajo del puente viejo, frente al barrio de las Tenerías, recibía el río una de las cloacas que bajaba por la Puerta de la Colada y vertía los excrementos de los habitantes del recinto amurallado. Esto provocaba que en época de verano y otoño, de menos lluvias y en la que el caudal era muy escaso, dichos residuos quedasen allí estancados en un trozo de 10 o 15 metros y sometidos a la evaporación. Los vecinos del mencionado barrio y algunos de parte del recinto amurallado, sufrían los olores y peligros sanitarios que dicha situación provocaba. Existía otro depósito de aguas encharcadas en el lugar llamado los Chabarcones, donde los vecinos de zonas limítrofes solían padecer mucho paludismo. 

Las aguas del río eran utilizadas para el lavado de ropa, para los baños veraniegos y para el riego. En ese momento se estaba proyectando la construcción de un pantano para los riegos agrícolas. Las aguas del Águeda eran abundantes en peces, sobre todo el truchas, y gracias a ello algunos mirobrigenses se dedicaban a la pesca como profesión. 

Pescadores del Águeda. Foto: Pazos


[1] SÁNCHEZ MANZANO, Marcelo: Datos para la geografía médica de Ciudad Rodrigo, 1920.
[2] Semanario La Iberia, Núm. 28, 1 de noviembre de 1903. 
[3] Ibídem.
[4] "Bailes", Semanario La Iberia, Núm. 29, 8 de noviembre de 1903. 
[5] Semanario Miróbriga, Núm. 827, 26 de junio de 1938. 

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